jueves, 28 de marzo de 2024 12:03
Opinión

Pedro Flores, un hombre con valores

Carmen P. Flores
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Directora de Pressdigital

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En estos tiempos, donde fallan los valores, me voy a tomar la licencia de hablar de mi bisabuelo Pedro Flores García una persona honrada donde la hubiera y ustedes comprobarán por qué. Nació en 1840 en Antas, Almería. Era muy alto y de complexión fuerte. Elegante pese a ser un campesino, educado, con sentido del humor, le gustaba tocar la guitarra y como medio de transporte utilizaba una burra que se llamaba Platera, que era más que eso: su ayudanta en las tareas que habría de realizar después. Eso me explicaba mi madre continuamente, y nos hablaba de él con gran admiración y profundo cariño.

En estos tiempos, donde fallan los valores, me voy a tomar la licencia de hablar de mi bisabuelo Pedro Flores García una persona honrada donde la hubiera y ustedes comprobarán por qué. Nació en 1840 en Antas, Almería. Era muy alto y de complexión fuerte. Elegante pese a ser un campesino, educado, con sentido del humor, le gustaba tocar la guitarra y como medio de transporte utilizaba una burra que se llamaba Platera, que era más que eso: su ayudanta en las tareas que habría de realizar después. Eso me explicaba mi madre continuamente, y nos hablaba de él con gran admiración y profundo cariño.

Los hermanos Siret y sobretodo, Luís, quedó tan impresionado de Pedro Flores que lo contrató para trabajar con él como capataz, en las escavaciones que por aquel entonces realizaba. Nunca se ha dicho, pero los grandes hallazgos fueron obra de mi bisabuelo, persona muy humilde al que no le gustaba aparentar. Él y su burra Platera fueron los verdaderos descubridores de la acrópolis del Argar en la zona de Antas. Pese a no tener estudios de arqueología, tal era su intuición, que acertaba el lugar exacto donde podía encontrarse cualquier enterramiento. Con Platera que iba siempre a su lado por los terrenos que debían ser objeto de estudio, en muchas ocasiones, se plantaba y no había manera de moverla, situación que anunciaba al tío Pedro, como sus obreros le llamaban, que allí había algo que buscar. Nunca se equivocaba, siempre encontraba algún objeto o enterramiento humano. Ninguna vez se fueron de vacío.

En el trabajo le acompañaban sus dos hijos mayores y el pequeño, mi abuelo Cayetano, que no tenía ni diez años. Nunca se quedó con nada de lo que encontraba y además advirtió a sus hijos que debían hacer lo mismo. Es más, según me contaba mi madre un día hallaron bastantes monedas, y Cayetano se escondió tres en el bolsillo. Cuando llegaron a casa y su padre descubrió la trastada infantil hizo que devolviera las monedas, lo castigó y durante una larga temporada estuvo sin participar en las excavaciones. Pedro Flores, nunca se quedó con nada, ni siquiera un pequeño recuerdo, Luís Siret le regaló nada. Toda su vida que fue larga, murió con 88 años, vivió del esfuerzo de su trabajo. Tanto es así que, dos de sus hijos emigraron fuera de España para buscarse la vida y nunca más volvieron. Según mi madre, uno se fue a Brasil y el otro a Argelia.

La arqueología, su familia y tocar la guitarra bajo la sombra de la parra, cuando el sol dejaba de abrasar al caer la tarde eran sus pasiones. Sus nietas que tuvieron la suerte de conocerlo y disfrutarlo dicen que nunca le vieron enfadado, y sí sonriente y cariñoso. La paciencia también era una de sus virtudes.

Su libreta de apuntes de toda su vida dedicada a la búsqueda del pasado, se la quedó Luis Siret que después la donó como parte de su legado al gobierno español. Todos los documentos, materiales y objetos encontrados han estado durante años dentro de unas cajas en los sótanos del Museo Arqueológico de Madrid. Ahora sus apuntes han sido digitalizados y están expuestos al público, lo mismo que parte de los objetos encontrados. ¡Ya era hora! En su pueblo, Antas, desde hace pocos años ya saben quién era.

Está pendiente que le pongan su nombre a una calle, a propuesta de todos los grupos políticos, y que se abra el pequeño museo, aún sin inaugurar culpa de la crisis, que también llevará su nombre. Sería bueno que, el Museo Arqueológico madrileño cediera en depósito parte de ese material, la fórmula es lo de menos, lo importante es que la gente del pueblo de Pedro Flores pueda disfrutar también de aquellas cosas que él encontró y como decíamos siguen en los sótanos del museo. En justicia esos hallazgos deberían ser también ser propiedad del municipio donde fueron encontradas. Sería lo justo, conveniente y necesario. Aunque sea poca cosa y hayan transcurrido tantos años, el reconocimiento a Pedro Flores García es más que razonable y ya era hora de que los diarios de alcance nacional como lo ha hecho El País se hicieran eco de esta apasionante historia. Mi bisabuelo vivió como pensaba y eso fue lo que transmitió a sus hijos, que nunca disfrutaron ni de honores ni de riquezas y que como hemos descrito lineas arriba, con una mano delante y otra detrás emigraron en busca de fortuna. Así era mi bisabuelo, un hombre con valores.

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