viernes, 29 de marzo de 2024 07:56
Opinión

MARIONETAS DE PRAGA

Rubén Olveira
Rubén Olveira

Desde hace muchísimos años, casi cada día, en el Teatro de Marionetas de Praga se representa Don Giovanni, de Mozart, La sala no es demasiado grande, pero está bien preparada para afrontar escenificaciones de este tipo.

Desde hace muchísimos años, casi cada día, en el Teatro de Marionetas de Praga se representa Don Giovanni, de Mozart, La sala no es demasiado grande, pero está bien preparada para afrontar escenificaciones de este tipo. Los actores son marionetas de un tamaño considerable y el escenario está especialmente diseñado para piezas de este formato.

Comienza la función y, a su tiempo, irrumpen en el proscenio los personajes de una de las obras más destacadas del precoz y excelso compositor. Llega un momento en el que uno se olvida de que los actores son títeres movidos por cordeles. Súbitamente, el espectador se encuentra sumergido en una suerte de ilusión que le hace sentir que las figuras que pisan las tablas no son artilugios de precisión mecánica elaborados con madera, papel y tela, sino actores de carne y hueso. Es la magia del arte escénico que, en un bucle infinito, convierte la realidad en ficción y la ficción en realidad.

Entonces, en nuestra imaginación todas las dimensiones se nos presentan iguales a las verdaderas. No sólo las de la escenografía, sino también las de los personajes. Cerca del final de la función, por detrás de las bambalinas, aparece por falso descuido, la mano de uno de los marionetistas manejando los palos de donde cuelga uno de los muñecos. Para asombro del público, es una mano propia de un gigante. Poco a poco, se van descorriendo las cortinas de la parte superior, dejando entrever sobre el puente, a unas personas de corpulencia excesiva. Las retinas de los asistentes habían estado enviando a sus cerebros unas figuras que estos órganos descifraron de forma exagerada, agrandando las dimensiones de las marionetas a la medida de seres humanos, en un efecto propio de ser explicado mediante la teoría de la Gestalt. Fondo y figura. Los marionetistas son conscientes de esta ilusión óptica que siempre se apodera de los espectadores, por eso se aprovechan de ella para acabar la representación mostrándose ante el sorprendido público, que los ve como titiriteros gigantes en plena faena.

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