Mientras la izquierda se abstiene, el resto de los partidos políticos quieren que volvamos al horario británico y adecuemos nuestra vida a los modos europeos, que dicen que los niños van al colegio a las 8,30 horas, comemos a la una del mediodía y durante sesenta minutos como hacían nuestros bisabuelos antes de que la guerra civil les destrozara la vida, salimos de trabajar a las 17 horas y cenamos sobre las siete de la tarde, que no es mala hora para hacer la digestión y dormir profundamente.
Mientras la izquierda se abstiene, el resto de los partidos políticos quieren que volvamos al horario británico y adecuemos nuestra vida a los modos europeos, que dicen que los niños van al colegio a las 8,30 horas, comemos a la una del mediodía y durante sesenta minutos como hacían nuestros bisabuelos antes de que la guerra civil les destrozara la vida, salimos de trabajar a las 17 horas y cenamos sobre las siete de la tarde, que no es mala hora para hacer la digestión y dormir profundamente.
Eso quiere decir, que no tendremos que andar adelantando o retrasando el despertador, costumbre que es un atentado a nuestro otro reloj, el biológico, y que De la Morena se verá obligado a adelantar el Larguero si quiere tener oyentes, porque a lo de trasnochar le quedará cuatro programas de radio. Y todo eso, para conciliar la vida familiar y la laboral, pero también para "ser mas eficientes" o, al menos, parecerlo ante la opinión pública europea, que nos afea nuestras largas sobremesas, las siestas y hasta el "cafecito de media mañana" que tanto nos gusta.
No se si el Gobierno del PP aceptará la propuesta de sus Señorías en el Congreso, pero, a mi me parece, que algo habrá que hacer, porque a los que nos gusta madrugar, no nos vamos de copas y tenemos la manía de ser puntuales, llevamos esperando demasiado tiempo para que este país se parezca un poco a lo que nosotros queremos, que, no es otra cosa, que la de poder conseguir un hábitat laboral y familiar más próximo a los países más avanzados sin perder completamente algunas de nuestras singularidades más positivas, que hacen precisamente de este país un paraíso en el mundo.
Naturalmente, todo ello, supeditado a la creación de miles de puestos de trabajo y a la progresiva equiparación de los sueldos de los españoles a sus colegas europeos, esos que nos tienen por vagos y amigos de la juerga y que nos conceden, ni un poco así, del beneficio de la duda.
Manuel Fernando González
Editor y Director
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