Anoche, frente a Novak Djokovic, Rafa Nadal no lo tuvo fácil, pero ganó. Y en tres horas y 21 minutos, con un marcador 6-2, 3-6, 6-4 y 6-1, se alzó con el título en las duras y veloces pistas del Abierto de Estados Unidos por segunda vez en su vida.
El mallorquín coronó un año lleno de garra, en el que ha devorado a mordiscos todo el tenis del que el año pasado le alejó una lesión en la rodilla. Ha ganado Nueva York, su octavo Roland Garros y otros siete títulos. Ha llegado a las finales de 11 de los 12 torneos que ha disputado. Y se lleva otro grande, su decimotercero. A los 27 años, ya está solo a uno de los 14 de Pete Sampras, a cuatro de los de Roger Federer.
Nadal arrancó impoluto, certero, desplegando el mismo tenis consistente y seguro que le había hecho surcar sin ningún contratiempo los seis partidos anteriores, en que solo una vez le habían roto el servicio y solo había cedido un set.
A quien tenía enfrente, no obstante, es a quien hoy ocupa el número uno del mundo, al menos de momento. Posiblemente hoy nadie le lleva a jugar a tal nivel como ayer como el serbio. Y ayer volvió a suceder. En el segundo set, después de romper el servicio a Nadal en el sexto juego, Djokovic se encendió. Celebró como si hubiera ganado el partido, buscando la energía de un público ya en éxtasis ante el duelo. Y aunque Nadal devolvió la rotura, también Djokovic volvió a romper para el 5-3 y sirvió para el set.
El partido se había igualado de nuevo y Djokovic rompió el primer servicio de Nadal. Pero algo cambió en el mallorquín. Y poco importaba que fuera su rival quien daba más golpes ganadores. Y en el cuarto set el cohete volvió a dispararse hasta lo alto. Nada pudo frenar a Nadal.
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