jueves, 25 de abril de 2024 09:03
Opinión

La dictadura de los idiotas

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

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Sigue la campaña de las municipales y también la de algunas autonomías de postín, agotando las energías de las candidatas y de los candidatos, pero también acabando con la paciencia de los votantes, que comprueban cómo su capacidad de asombro se ve superada cada día con nuevas revelaciones insospechadas a modo de grabaciones secretas, marchas atrás de presidentas que no saben cuántas votaciones han de pasar para que su Parlamento las reconozca como tales, Ministros a los que les pierde su incontinencia verbal, diputados que insultan sin ningún rubor en sede parlamentaria, líderes que están más verdes que un tomate en invierno y finalmente alcaldables que se dicen de izquierdas y derrochan en la campaña una pasta gansa que la gente no sabe de dónde ha salido, pero que hace sospechar de que algo no cuadra.



El lunes entraremos en la recta final y la campaña sigue su curso con toneladas de frases absurdas y brigadas enteras de candidatos vociferando más que convenciendo. Y, sobre todo, flotando en el ambiente la sensación de que algo se está moviendo en nuestra sociedad que nos invita a todos a cambiar las pilas y afinar en el voto. El mito del bipartidismo toca ya a su fin, y la llegada de nuevas fuerzas políticas tampoco está entusiasmando al cien por cien a la gente, a la vita de las barbaridades que algunos sueltan cuando tienen más de un micrófono delante de sus narices. Por eso, ante tal desastre, lo que la prudencia aconseja es fijarse en las personas, que son las únicas que merecen la pena, y detenerse a comprobar si detrás del candidato que pensamos votar, se esconde un “profesional del escaño” o un ciudadano preparado y responsable dispuesto, desde el minuto cero, a abandonar el cargo si falla en su gestión o comete alguna irregularidad. Desconfiemos, sobre todo, de aquellos que llevan muchos años en la poltrona y en su currículum los estudios brillan por su ausencia, y además nunca se han levantado a las seis de la mañana para ir a trabajar a una fábrica o la floristería de su familia, porque de esos y esas hay ya demasiado en la política española, y también porque los casos de corrupción los copan luego casi en exclusiva.



Merece la pena votar, pero si estamos en tiempos de cambio, bueno será que también los votantes “cambiemos” nuestras rutinas y no entreguemos nuestro voto a un partido porque es como el equipo de fútbol del que somos hincha, y si a un candidato porque creemos que se lo merece sea del grupo político que sea, ya que aunque un alcalde se presente, por ejemplo con las siglas del PSC, no quiere decir que sea socialista, u otro de convergencia demos por sentado que su prioridad es Catalunya y no su cuenta en Andorra. Y así, hasta donde queramos rebuscar porque, de no hacerlo, seguiremos sometidos a la dictadura de los idiotas, que es la que ejercen los más tontos sobre la mayoría de nosotros, abusando de que seguimos creyendo en el mito de las ideologías, sinrazón que les permite gestionar lo público como si fuera suyo para que luego todos nos llevemos las manos a la cabeza porque nos hemos dado cuenta tarde y mal que nos han robado la caja común y, sobre todo, nuestras mas íntimas esperanzas


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