jueves, 25 de abril de 2024 17:41
Opinión

EL ARZOBISPO COPRÍNCIPE Y LA SUCESIÓN

Robert Pastor
Robert Pastor





De Barcelona en Andorra, la gran expectativa abierta es la posible promoción del obispo de la Seu Joan Enric Vives a arzobispo de la diócesis de la capital catalana y, por tanto, la apertura del proceso de su sucesión como jefe de estado andorrano.


Joan Enric Vives Sicilia es titular de la diócesis del Urgell y del coprincipado pirenaico desde 2003, aunque dos años antes fue llamado obispo coadjutor del anterior titular, Joan Martí Alanis, para preparar -fruto de un acuerdo tácito entre el Vaticano y las autoridades del principado- un relevo con previo entrenamiento y puesta al día de los asuntos y las obligaciones de un copríncipe.

Un examen a su biografía da una imagen de Vives como intelectual eclesiástico además de gran conocedor por experiencia del aparato de la jerarquía católica. Nacido en Barcelona, licenciado en Teología, Filosofía y Ciencias de la Educación, profesor de Historia de la Filosofía y de Filosofía en dos universidades de la ciudad donde nació, en 1993, cuando le faltaba poco para hacer los 44 años, fue nombrado obispo de Nona y auxiliar de Barcelona. También fue miembro del consejo asesor del cardenal Narcís Jubany.

Cabe destacar que esta primera designación al episcopado fue de Juan Pablo II, y que otro gran teólogo, Benedicto XVI, le otorgó el título de arzobispo «ad personam» (personal, no por el cargo), lo mismo que recibió su antecesor, Joan Martí Alanis una vez aprobada la Constitución del Principado (en 1993) de la que fue un gran impulsor y valedor, junto con el presidente y copríncipe francés François Mitterrand.

Como «pastor» eclesiástico su trayectoria en Urgell (que incluye Andorra) ha sido impecable y, en general, bien valorada. Como copríncipe, comenzó con polémica y reproches, sobre todo de la oposición de izquierda, porque no aceptó hacer el juramento del cargo ante el Consejo General (parlamento), sino en el Palau de la Sede -como por otra parte suelen a hacer los copríncipes franceses en el Elíseo-.

Su imagen política no podía tener el alcance de la del predecesor, que lo fue durante más de treinta años (1971-2003), además de los veinte primeros como detentador del poder absoluto, aunque compartido con los homólogos franceses, que la ejercían en los tres ámbitos -legislativo, ejecutivo y judicial- a través de los «veguers», designados directamente, y residentes permanentemente en el territorio.

Sin este poderes, sin la pátina de haber sido pieza clave en la gran renovación y homologación internacional de Andorra como nuevo estado, limitado su poder y sus competencias reales para una Carta Magna que le concede un papel similar al de los monarcas constitucionales del resto de Europa, sus actividades y manifestaciones públicas han sido claramente institucionales, políticamente neutrales y generalmente impecables, desde los discursos tradicionales de la fiesta nacional de Meritxell los pronunciados con motivos de recepciones a las autoridades y líderes políticos andorranos, o al cuerpo diplomático.

"Dicen, dicen, dicen", como habría dicho aquel, y no terminan. Que sería llamado -quizás este mismo viernes- arzobispo de Barcelona en sustitución de Carlos Martínez Sistach, que llegó a los 75 años de la jubilación ya hace tres, y relativamente muy joven otra vez -aunque no ha hecho los 66-. Como también circulan, con la típica indiscreta discreción del Vaticano, que hay una fuerte oposición en los ambientes católicos barceloneses a este nombramiento. Que sería elegido en función de su «catalanismo moderado» calificación que viene de medios anteriores y quisiera ser equivalente a identitario no independentista. Tan lejos de un Rouco Varela como de un Deig, aquel obispo de Solsona.

Otra especie surgida en medios españoles es que con el adiós de Vives, este cedería el coprincipado andorrano al rey de España Felipe VI. Algo absolutamente imposible. Porque el Copríncipe no tiene la potestad de nombrar heredero. Porque habría que cambiar la Constitución. Y porque en Andorra, el movimiento por la «simetría» entre jefes de Estado que a la vez lo sean de España y Francia es minoritaria, aunque un movimiento, llamado «Europa» ya la propugnaba a comienzos de los años noventa, durante el debate y redacción de la actual ley de leyes.

Hay sin embargo, algún motivo de inquietud de los andorranos ante una posible renuncia del nuevo diocesano de Urgell al Coprincipado, por iniciativa propia o por nueva decisión papal. Hay que recordar la idea aplicada no hace muchos años de separar y hacer incompatible la jerarquía católica de los cargos políticos. La humillación del sacerdote-ministro sanidinista Ernesto Cardenal por el pontífice del momento en Managua, o -más cerca- la disyuntiva planteada al cura alcalde de Santa Coloma, Luis Hernández, que finalmente no tuvo que elegir para que le ganó las elecciones la socialista Manuela de Madre. Por otra parte, la incomodidad vaticana -y episcopal- es evidente ante la reivindicación masiva de la legalización del aborto en el sistema judicial andorrano. Después de haber llegado a la solución intermedia de regular los matrimonios homosexuales, reconociendo a todos los derechos, pero cambiando la palabra matrimonio para «unión estable de hecho».

De hecho, el Papa Francisco no ha llamado ningún obispo coadjutor para la Sede que vaya preparándose para el relevo como hizo Vives con Martín. Esto quiere decir, sin embargo, poco a efectos prácticos. Habrá que saber, primero, si se confirma la promoción de la actual copríncipe arzobispo -ya no a título personal- de Barcelona. Después, quien lo sucede en la diócesis del Urgell, sus características, talante, convicciones y si llega o no con directrices de su jefe supremo sobre el papel en Andorra. Dicen también que los copríncipes franceses, desde Mitterrand, han ligado la aceptación de este cargo a la persistencia del homólogo episcopal. Y finalmente, más fuerza -aunque ahora también minoritaria. Que el colectivo español y afín a la coprincipatura los monarcas del Estado vecino del sur va adquiriendo el republicanismo, la supresión -más que sea a largo plazo- de unos jefes de Estado extranjeros. 

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