Sor Lucía Caram, la monja televisiva de la Catalunya central, tenía toda mi admiración y respeto hasta hoy. Su trabajo intenso en pro de los más necesitados es muy loable, sin duda. Sus apariciones en televisión, perfectas con el fin de conseguir todos los recursos posibles paras las personas que sufren en sus carnes las desigualdades en forma de crisis. Su afición por el Barça y su compatriota Messi, indiscutible y simpático. Hasta le va bien a la iglesia. Pero una monja no puede ni debe apoyar públicamente a ningún candidato o partido político, porque todos los ciudadanos son también hijos de Dios y algunos pueden sentirse molestos por las debilidades políticas de Sor Lucía.
La iglesia en general y las distintas órdenes religiosas en particular no deben pronunciarse sobre las preferencias políticas, aunque evidentemente tengan sus ideas y estas queden reflejadas en el voto que depositan en las urnas cuando se celebran elecciones. Pero el voto es secreto y no molesta a nadie. Debería aprender sor Lucía de lo que dijo el Papa Francisco, cuandon recién elegido pontífice, recibió a un grupo de periodistas de todo el mundo y les dijo: “Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia Católica, otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios. Que Dios los bendiga”. Ese respeto exquisito de su Santidad hacía los ciudadanos es un buen ejemplo a imitar.
En política, sor Lucía, la iglesia debería aplicarse esta frase popular que dice “La monja y el fraile, oren y callen.”
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