EL 18 DE BRUMARIO DE ARTUR MAS

En su obra El 18 Brumario de Luís Bonaparte, Karl Marx afirmaba que: “la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”; yo añado que se repite tres veces, y que la tercera es en forma de patochada, que es lo que estamos viviendo estos días en la política catalana.

Finalmente se ha llegado a un acuerdo para investir presidente de la Generalitat, pero ni era el esperado ni el querido, y todo ello después de tres meses de negociaciones, asambleas empatadas y reuniones sin fin. Parece que todos ganan, o eso afirman, pero sólo gana Artur Mas, que ha realizado su particular 18 brumario, su coup de forcé particular, consiguiendo en la negociación lo que no le dieron las urnas (ipsima verba).

El acuerdo no hubiese sido posible, sin la humillación histórica de la CUP, que desde la peregrinación a Canossa del emperador alemán Enrique IV para postrarse ante el Papa Gregorio VII no se había visto otra igual. En los anales de la historia política quedará como ejemplo de cómo se suicida una formación política.

Pero no nos engañemos, la CUP ha jugado su papel de sujeto histórico en esta comedia, es una formación llena de pequeños burgueses que juegan a revolucionarios, pero que cuando llega el momento de dar el paso, les entra el vértigo y dan paso a la reacción; así lo analizaba Marx en la obra que da título al artículo. Para eso nació, y realizada su función desaparecerá.

¿Y Puigdemont? Pues como decía Marx de Luís Bonaparte es el candidato de nadie y es el de todos, sirve para que CDC siga manteniendo la presidencia, para que JxSi siga con el procés, y para que la CUP justifique su claudicación, para el PP y C’s hablar del gran pacto de Estado y para socialistas y podemitas hablar de sus reformas constitucionales.

Sin embargo el gran triunfador es Mas, que si se hubiera habido elecciones hubiera desaparecido de la escena política, se toma una “excedencia” para salvar CDC y volver en olor de multitudes, si el procés va bien, gracias a su sacrificio, y si va mal, porque era él quien debía guiarlo.