viernes, 19 de abril de 2024 19:55
Opinión

BÉLGICA

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

Dicen que los belgas son más "gourmands" que "goumerts", sean flamencos o valones, hablen holandés o francés e incluso los minoritarios que hablan en alemán. El suyo es un reino-estado muy complicado desde el punto de vista lingüístico, económico y social. Quizás por ello, a este estado federal europeo se le conoce desde el siglo XVIII como "el campo de batalla de Europa". Un calificativo que ahora viene a cuento por lo sucedido en Bruselas en los últimos meses, donde la violencia terrorista ha puesto de rodillas al gobierno y ha llenado de preocupación al resto de las cancillerías europeas.


Hoy, casi todos los ciudadanos nos preguntamos si la seguridad belga es tal o si, por lo contrario, el Gobierno belga sigue viviendo en el limbo aquel de los felices años ochenta, en los que nos dejaba perplejos a los españoles cuando nos preguntábamos por qué ese país era refugio seguro de terroristas etarras y su capital mercado libre de armas para quienes quisieran comprar kalashnikov y otras herramientas de matara buen precio.


Bélgica, miembro fundador de la OTAN, no ha querido enviar sus soldados ni a Irak, ni a Afganistán, decisión muy respetable si, al mismo tiempo, fuera capaz de mantener dentro de sus fronteras un servicio de inteligencia que evitara fallos tan clamorosos como los que, primero, costaron tantas vidas en Francia y luego, en la propia Bélgica, donde gran la comunidad islámica que vive allí ha "fabricado", con la condescendencia de las autoridades belgas, varias células yihadistas muy eficaces que han entrado y salido de territorio belga con total impunidad. Solidarizarse con el pueblo belga en estos momentos es de sentido común. Callarse ante tanta incompetencia de quienes acogen en su territorio las principales instituciones europeas, es dar aire a la ineficacia y con ello, poner en peligro la seguridad de personas y enseres de toda Europa.


Bélgica es un país de apenas 30.528 Kilómetros cuadrados, casi los mismos que Catalunya que tiene 30 mil, con una población de algo más de 11 millones de habitantes, por 7 de los catalanes. Con dos idiomas predominantes, el holandés que hablan los Flamencos --que representan el 60 % de los belgas-- y el francés --que hablan un 35 % que son los valones--. Aquí, catalano-parlantes o españoles-hablantes, somos casi completamente bilingües, aunque nuestros políticos se empeñen en hacerle la puñeta a las encuestas para sacarle rédito electoral cada vez que les conviene.


Como se ve, ambos territorios son perfectamente comparables, y podría discutirse, y más en estos tiempos en que nos hay gobierno en Madrid, si el sistema federal de los belgas con un Rey a la cabeza es más eficaz que el autonómico que disfruta Catalunya dentro del reino de España. Lo que sí no parece haber duda es que aquí, en Catalunya, con una comunidad islámica muy superior a la que vive en Bélgica, los mossos y las fuerzas de seguridad del Estado son bastante más eficaces y generan más confianza entre los socios comunitarios que la se tiene de los que cuidan de la seguridad en el país de los belgas.


A mí Bruselas es una ciudad que me encanta visitar, especialmente ya entrada la primavera. No tengo nada contra los bruselenses, e incluso envidio su gran nivel de vida, aunque rechazo frontalmente la "vida padre" que se pegan los altos funcionarios de las instituciones europeas y sus parlamentarios; demasiados y sobre todo muy caros, con sueldos fuera de la realidad del día a día de los ciudadanos de los países miembros, que somos los que los pagamos y, sobre todo, el "infumable" hábitat que han constituido en la capital de Europa los miles de lobistas que merodean como buitres, sedientos de euros frescos, en las sedes comunitarias en busca de contratos de privilegio para sus empresas multinacionales. Eso, como el terrorismo yihadista, debiera ser perseguido con saña y sus protagonistas encerrados en la cárcel por el bien común de una Europa nueva.


Bélgica ha de ponerse las pilas. Ayudar primero a quienes son víctimas de la última barbarie y, a continuación, preguntarse si puede o no llamarse Europa, teniendo un gobierno tan incompetente y una seguridad y una inteligencia policial entre las peores de Europa. Si lo hace, ganarán los belgas y también los europeos. Si, por el contrario, no se pregunta por sus propios errores y carencias, mejor que le diga a la Comisión y al Parlamento Europeo que se busquen sede en un lugar más seguro, aunque ese sitio esté más al sur, o sea, en la zona de los pobres 

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