jueves, 18 de abril de 2024 12:06
Opinión

UN ATENTADO ESTREMECEDOR

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

A medida que pasan las horas y se van sabiendo más cosas de la masacre de Orlando, horroriza pensar que un solo "lobo solitario" sea capaz de asesinar a cincuenta conciudadanos sin que nadie pueda hacer nada por evitar esos asesinatos. Y aunque la comunidad gay de todo el mundo se ponga de acuerdo en condenar esta barbarie, nada pasará si no somos todos capaces de borrar de nuestra memoria colectiva de que el Islam, ese que asesina de forma sanguinaria e indiscriminada, no merece ninguna clase de respeto porque nada tiene que ver con lo que predicó Mahoma, ni con lo que sienten millones de musulmanes.


Pero como lo que ha sucedido no tiene una sola causa, cabría exigirle a la sociedad norteamericana que convenciera a sus conciudadanos partidarios de poder comprar libremente armas de todo tipo y calibre, que esta forma de entender la libertad individual ya ha sido superada por el paso de los años y, que los duelos a tiros, son un epopeya caduca de pistoleros y sheriffs del legendario Oeste. Ahora toca que las armas solo las puedan usar aquellos que deben vigilar que la ley y el orden se cumplan. El que todo un Presidente como Obama se vaya de la Casa Blanca sin haber podido "meterle mano" a la venta libre de armas es una vergüenza para el país que lidera la democracia en el mundo.


Por otra parte, uno se pregunta qué clase de seguridad privada tenía el local en el que se cometieron los asesinatos, y cómo un solo hombre pudo con ella. Algo falló y la propiedad del local no es ajena a ese desastre. Tampoco deben sentirse felices el FBI y la CIA, que teniendo vigilado a este yihadista porque sospechaban de él y de sus actos, le dejaran de nuevo sin una mínima vigilancia, propiciando que el individuo campara a sus anchas e hiciera lo que finalmente hizo.


Sobre el Estado Islámico poco queda que decir. Occidente, y en forma especial Francia e Inglaterra, son responsables directos de que la repartición territorial de Oriente próximo haya generado varias guerras y miles de muertos, porque los países que, ahora mismo, se pelean por una ciudad o medio desierto, nunca existieron como tales si no fuera porque el aristócrata británico Mark Sykes y el abogado francés François Georges Picot anduvieron allá por el 1916 fabricando un acuerdo que fue un auténtico despropósito en la época y que lo sigue siendo ahora, para mayor gloria del desaparecido Imperio Británico. Así se escribe la historia y en los cementerios reposan cientos de miles de víctimas para atestiguar que nada de lo que se escriba sobre el colonialismo británico y la grandeur es invención de los hispanos, a los que siempre se les hace apandar con una leyenda negra que por supuesto han escrito los que ahora se camuflan en su Brexit para lavarse las manos de sus múltiples responsabilidades históricas. El Estado Islámico es un hijo no deseado de la política de Occidente, incluidas todas las grandes potencias y, su presencia en el mundo, tendrá escasa trayectoria si quienes son responsables de su nacimiento se ponen a reparar el error cometido y hacerlo desaparecer.


Y es que, cuando se mezclan tantas cosas tan mal hechas, al final muere mucha gente inocente y surgen nuevos Orlandos. 

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