sábado, 20 de abril de 2024 00:14
Editorial

EL NUEVO CÉSAR

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

Estatualibertad


Acaba de ganar Donald Trump y muchos colegas del periodismo, incluso paisanos suyos, se han llevado las manos a la cabeza. Inmediatamente lo más florido de la ultraderecha europea se ha apresurado a felicitarlo, como si el éxito fuera suyo y el nuevo César hubiera salido de su propio círculo demoníaco para imponer en Occidente un orden basado en la intolerancia, el machismo, la xenofobia y hasta la homofobia más estricta. Norteamérica ha votado y a muchos " no nos ha gustado" el resultado de estas elecciones.


Y sin embargo la vida sigue. Ha vuelto a salir el sol y los que no coincidimos con las ideas que nos ha vendido el nuevo Presidente USA durante esta dura campaña electoral, tenemos por delante la misma encomienda que nos dejaron escrita en los libros de historia nuestros bisabuelos cuando el nuevo orden mundial que debía durar mil años accedió al poder, también, curiosamente, por vías democráticas. Aquí y ahora, de lo que se trata, es de que el ganador no pueda, ni siquiera intentar, imponer fuera de su país ninguna de las ideas y promesas que ha defendido públicamente durante su peregrinaje hacia la Casa Blanca.


Las elecciones se han celebrado en Estados Unidos, y los que, por lo tanto, han de aguantar a Trump en su día a día, son los propios norteamericanos, que son los que lo han elegido. A partir de ahí, los demás, nos debemos a nuestros propios intereses aunque la globalidad de la economía y la política entre estados se nos venga encima como una pesada losa. Desanimarse es cosa de perezosos; luchar, es de seres humanos libres e inteligentes.


Veo a Trump salir en televisión con su corbata roja y su última familia acompañándole como el inmortal cuadro de Goya. Se le nota ya, y acaban de pasar menos de treinta minutos, un nuevo ademán institucional que pretende desdibujar esa imagen enloquecida que hemos tenido que soportar en las últimas semanas. El poder comienza ya a hacer sus efectos en el personaje, como si quisiera hacer buena aquella máxima de que cuando un político alcanza sus objetivos se olvida inmediatamente de sus votantes y su programa no es más que el libro gordo de Petete, que se coloca en algún hueco de la estantería del salón de casa, al lado mismo de la guía telefónica.


Ahora solo nos falta saber la causa que ha hecho posible que los políticos profesionales de Estados Unidos hayan llevado a sus conciudadanos a esta especie de suicidio colectivo, ya que llamar idiotas a cincuenta millones de electores no cuela. Un primer apunte muy elemental nos dice que esto que ha pasado se debe a que la gente se ha hartado del sistema y, sobre todo, de quienes lo manejan impunemente. Por ello, se ha buscado una salida de emergencia, muy similar a la que los alemanes encontraron en 1933. Y aunque eran otros tiempos, sin embargo, los actuales nos dejan en la cabeza una pregunta inquietante. ¿Por qué la figura de Trump nos asusta tanto antes de haber jurado su cargo?


Ya tenemos César y, por lo que sabemos hasta ahora, se parece más a Calígula que a Trajano.

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