martes, 16 de abril de 2024 06:00
Opinión

LA PELIGROSA TERCERA BRECHA DIGITAL

Pablo Rodríguez Canfranc
Pablo Rodríguez Canfranc
Economista

Brecha digital


El término “brecha digital” fue acuñado por Lloyd Morrisett para referirse a aquellos que no tienen acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones, o lo que es lo mismo, al mundo digital. Desde el advenimiento de Internet se han identificado distintas brechas digitales; una primera que hacía referencia a las limitaciones de acceso a la tecnología del mundo en desarrollo, que establecía un serio obstáculo de cara a que los ciudadanos de esos países gozasen de las ventajas de un mundo hiperconectado. 


Por otro lado, se alude a segundas brechas digitales, esta vez relacionadas con colectivos específicos de personas que no saben o no pueden hacer uso de las redes, sea por limitaciones en su educación, formación, por razones de exclusión social, desarraigo e incluso por motivos de género, entre otros factores. Finalmente, se ha detectado una tercera brecha digital, y esta vez dentro de la propia sociedad en red.


La tercera brecha está relacionada con la diferencia entre el conocimiento experto y el denominado conocimiento social, es decir, entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda la información de escaso valor que circula por Internet, impulsada últimamente por las redes sociales.


El problema es, y aquí deberían reflexionar todos los santones y gurús que defienden nuevas formas educativas basadas en las redes, que el usuario se decanta hacia ese conocimiento social huyendo de la complejidad que implica el conocimiento riguroso de calidad. Se abre una brecha entre los que saben acudir a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole, y que no saben discernir contenidos valiosos de la basura, de la inexactitud y de la mentira.


Ese grito alegre que emiten todos los que huelen a incienso cibernético, que afirma que todos generamos contenido, que todos somos periodistas, que la contribución de todos es valiosa, que los libros han muerto, que la educación tradicional es patética… a lo mejor nos está llevando a la más absoluta de las ignorancias: una sociedad manipulable y sin criterios intelectuales, incapaz de crear y difundir conocimiento real. Una distopía en vez de la utopía digital prometida por los tecnocreyentes.


¿Cuánta gente consulta sus malestares físicos y síntomas en Internet sin verificar la validez médica de las páginas consultadas? ¿Cuántos nativos digitales, tan encumbrados, copian directamente de Wikipedia o de la primera página que pillan los contenidos de sus trabajos de clase, sin una mínima capacidad de contraste de fuentes?


La habilidad tecnológica no supone más que saber manejar una máquina, no nos engañemos, no dice nada ni de la inteligencia, ni de la capacidad intelectual del usuario. Ya existen estudios que demuestran que estos nativos digitales están perdiendo habilidades y capacidades básicas de aprendizaje, aunque preferimos dibujarlos como superhombres tecnológicos, poniéndonos las generaciones precedentes como la cuerda que les enlaza con el animal, como imaginaba Nietzsche en sus escritos otoñales. Pero a lo mejor la supuesta evolución acaba en involución. El tiempo lo dirá.

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