viernes, 26 de abril de 2024 01:17
Editorial

SE ACABÓ LA SIESTA

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

Siesta 1


Nos esperan unas Navidades de discusiones interminables sobre los horarios de los españoles en su conjunto. Ahora, nuestros políticos quieren devolvernos a las costumbres de nuestros abuelos de antes de la guerra, que eran, según su enfervorizada doctrina, más sanas y sobre todo, mucho más productivas. La verdad es que, en ese asunto, hemos avanzado bastante, ya que entre todos --derecha e izquierda incluidos-- casi hemos conseguido igualar en salario a nuestros más recientes antepasados. Nos dirán que la culpa la tiene la crisis. La verdad es que los que la tienen son el poder económico, el financiero y también quienes les representan en los diferentes gobiernos, especialmente en los estatales.


Un trabajador de hoy cobra menos de lo que necesita para poder vivir y los jóvenes apenas nada, y por ello, tienen que emigrar como ya hacían sus tatarabuelos en barcos tocineros a América o en trenes ganaderos en Centroeuropa. Entones apenas sabían leer y escribir, ahora los que se van son científicos, ingenieros nucleares, médicos, enfermeras o técnicos de primer nivel, muchos de ellos con más de un idioma en sus labios. Son más sabios, pero tienen la misma hambre en el cuerpo que sus predecesores y necesitan como ellos un futuro que les permita casarse, tener una casa, un pequeño coche y sobre todo, un salario digno. Nada nuevo bajo el sol.


Quienes emigraron antes de ellos procedían de las diferentes regiones de España, que así se llamaban las actuales autonomías, sobre todo de las pobres como Galicia, Andalucía o Extremadura. Eso apenas ha cambiado, y si lo ha hecho, ha sido para empeorar, ya que a las ya citadas se han sumado otras que se suponía eran más ricas e industrializadas como Catalunya o Madrid. Hoy, esa línea invisible casi ha desaparecido, aunque sigan existiendo diferencias escandalosas y lacerantes entre unas y otras. Lo cierto es que hacen la maleta hacia el extranjero los jóvenes de casi toda España, sea el territorio una nación, una autonomía o una región. Ninguno se salva de la quema.


Y a ese panorama desolador quiere sumarse ahora el reencuentro con los viejos horarios, dicen que para conciliar la vida familiar y el ocio. Suena bien, pero, mucho me temo que las cabezas pensantes de semejante proyecto lo que quieren es jodernos la siesta que no tiene IVA, la sobremesa con chupito de orujo y sobre todo, hacernos madrugar y trabajar todo seguido hasta las seis de la tarde. Luego, ya se les ocurrirá otra cosa para que la Canciller Merkel no nos califique de vagos y manirrotos por construir hospitales, autopistas de peaje y trenes del Alta Velocidad, un lujo del que solo debiera disfrutar la Europa del norte, rica y muy civilizada.


Sobre el coste de lo de los miles de funcionarios en Bruselas y los cientos de lobys que se mueven a su alrededor no nos dicen nada. Tampoco de lo que ha costado "la Bola enjaulada" que ha construido el Consejo en la misma ciudad -que no baja, según dicen algunos expertos como David Cameron, de los 240 millones de euros-- para que los jefes de Gobierno entren con el coche hasta la sala central donde deciden sobre nuestra vida y el futuro de las nuevas generaciones, encerrándose durante interminables sesiones en las que lo que menos importa es si Vd. tiene trabajo ni cuanto gana, sino que a ningún estado miembro se le ocurra tener déficit presupuestario ya que, de tenerlo, los ricos serían menos ricos y los acreedores no podrían cobrar los intereses de usura que ahora mismo han disparado la deuda pública de los países del sur como el nuestro, al que, por lo que parece, hay que darle una vuelta de tuerca más con los horarios, porque hacemos demasiadas fiestas y no consumimos lo que nos corresponde.


Dicho lo cual, añádanle por favor después de este punto y final, de parte de este periodista, una hermosa peineta, porque mi ordenador no la ha incluido en el teclado, y la verdad es que es un fallo lamentable, porque el no poder utilizarla coarta mi libertad de expresión en asuntos tan trascendentales como éste, del que tan solo he escrito un diez por ciento de las maldades que se me ocurren.


(Detrás de este punto y final pueden poner la irreverente peineta) EL AUTOR

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