jueves, 25 de abril de 2024 14:34
Opinión

EL ESPECTÁCULO DEL DOLOR HUMANO EN LAS REDES SOCIALES

Pablo Rodríguez Canfranc
Pablo Rodríguez Canfranc
Economista

BlackMirror

Fotograma de la serie Black Mirror 


Una mañana de 1935 un adolescente estadounidense llamado Lito se voló la tapa de los sesos en un parque en la más completa soledad. No dejó notas ni mensajes que justificasen su decisión, pero se piensa que no pudo sufrir por más tiempo el acoso que experimentaba en su centro de estudios por preferir la compañía de las alumnas antes que la de los varones.


En 2012, otro adolescente llamado Jamey se ahorcó en su casa de la ciudad de Buffalo a causa también de las burlas que sufría por parte de sus compañeros de estudios por su orientación homosexual. El final de ambos es parecido, sin embargo Jamey antes de morir explicó en Facebook, en su blog y a través de un vídeo colgado en YouTube por qué iba a cometer tan fatal acción. Además, le envío un tuit de despedida a su idolatrada Lady Gaga, hecho que conmovió de tal manera a la artista que le dedicó una canción al difunto en un concierto celebrado en Las Vegas. La principal diferencia entre ambos chavales es que Jamey vivió en la sociedad digital que le permitió convertir su dolor en un espectáculo público.


La gran diferencia con épocas pasadas es que con el advenimiento de la era de Internet ya no solo podemos ser testigos, sino también protagonistas del sufrimiento propio y ajeno, como afirma la investigadora mexicana Rosalía Winocur (Sufrimiento y performance en las redes sociales, Revista Telos 93). Los blogs y las redes sociales, especialmente Facebook y Twitter, recogen con frecuencia los síntomas del malestar de los usuarios, tanto las pequeñas miserias cotidianas como el dolor más profundo y trascendental.


La autora establece un paralelismo entre la función que cumplía la literatura en el mundo predigital como vehículo para expresar las distintas dimensiones del sufrimiento humano y los medios sociales actuales que de alguna forma han democratizado, acercándola a todo el mundo, la función de expresar el dolor individual que antaño desempeñaba el escritor profesional.


Otro factor que introduce el artículo es el de la fractura que produce la vida en la urbe moderna en las antiguas relaciones de comunidad. En este sentido las redes sociales han satisfecho, si se quiere parcialmente, el ansia de un “vecindario” que arrope la soledad del urbanita del siglo XXI. Se establecen realidades paralelas de vínculos afectivos que nos recuerdan que existimos, que ocupamos un lugar en el universo.


Dos son los perfiles que afloran en este contexto emergente de las relaciones digitales:


La del mirón o voyeur: el observador y consumidor de los contenidos ajenos (fotos, vídeos, vínculos…), que como dice Rosalía Winocur, se comporta como la audiencia de televisión haciendo zapping por los distintos contenidos de las redes, los escrutan, comparten, descargan, comentan… “Calman el impulso voyerista del goce de la mirada”.


Por otro lado, está el perfil del que se exhibe en las redes en toda su desnudez anímica (fingida o real) convirtiendo su malestar en un espectáculo mediático digital: la performance, como la denomina Winocur, en asociación evidente a las artes dramáticas, y sobre todo, al espectáculo.

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