viernes, 29 de marzo de 2024 06:41
Opinión

SUPERMUJERES ESPAÑOLAS

Luis Moreno
Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

Supermujeres


El cambio social respecto a las mujeres en España ha sido acelerado en los últimos decenios. Algunos observadores arguyen que ha sido demasiado rápido. “Este país ya no es lo que era” y aducen que el colectivo femenino es responsable --y hasta culpable-- de ello. En tan interesada evaluación trasluce una visión patriarcal forjada por viejas formas de dominación masculina. Otros enfoques tratan de analizar el no muy lejano pasado con el previsible futuro femenino en nuestro país. En esta perspectiva, el presente artículo presta atención puntual al fenómeno de las “supermujeres”.


En términos generales, los grupos de edad femeninos entre los 45 y 66 años son representativos en España de un tipo de “supermujer” europea mediterránea, la cual ha sido capaz de reconciliar su trabajo no remunerado en el hogar con sus cada vez mayores y más exigentes actividades profesionales en el mercado laboral formal. Los sacrificios y actividades de este tipo de mater familias han sido cruciales tanto para la cohesión social y el crecimiento económico en España. En realidad, el papel jugado por las “supermujeres” ha sido determinante para un crecimiento mayor, sostenido y amortiguado desde la incorporación de España a Europa en 1980. Empero su real contribución ha pasado largamente inadvertida. La socióloga María Ángeles Durán, colega y experta del CSIC, es pionera en la investigación social sobre el trabajo no remunerado. Hace unos días me recordaba que, aproximadamente, el 88% de las labores de cuidados personales que son fundamentales para el mantenimiento de nuestro Estado del Bienestar, las realizaban gratis et amore nuestras mujeres, mientras que solo el 12% correspondían a labores remuneradas públicas o privadas.


Con la Transición democrática de finales de los años 1970 muchas mujeres, mejor educadas formalmente que sus madres, aspiraron al trabajo remunerado fuera de la casa. Pero siguieron lavando y planchando dentro de casa. Su “doble jornada” ha sido principal responsable de la satisfacción vital expresada por los españoles. No sólo los niños y jóvenes recibieron ayudas materiales y emocionales durante sus ciclos vitales, sino que los efectos nocivos de los altos índices de desempleo entre los jóvenes fueron absorbidos mediante la amortiguación de los cuidados provistos por los miembros familiares (generalmente femeninos). A su vez, las personas mayores han venido contado con un apoyo fuerte y generoso en sus familias frente a las dificultades económicas y sociales circundantes, todo ello en base la fuerte microsolidaridad en el seno de los hogares. Las mujeres se han mostrado siempre solícitas a proveer de cuidados no remunerados a los miembros de sus familias. La solidaridad intergeneracional, en suma, ha funcionado como una norma social casi siempre inquebrantable. Las expectativas de apoyo familiar y la disponibilidad de recursos comunes han incidido en la segmentación de los mercados laborales, en los que mujeres y jóvenes han sido a menudo outsiders asumiendo empleos menos deseables, tanto en la economía informal como en condiciones de contratos a tiempo parcial o determinado, o con menor sueldo.


Con la agudización de las situaciones de conciliación hogar-trabajo, la desaparición gradual de las “supermujeres” es un hecho constatable. Empero las faenas de lavado y planchado en el seno de muchos hogares resisten su masculinización. Otras familias destinan parte de su renta a pagar a otras mujeres --latinoamericanas, en su mayor parte-- a que realicen las tareas domésticas y de cuidados. Se tiende a perpetuar de tal manera la feminización del trabajo hogareño. Ante tal estado de cosas, la discusión respecto a las responsabilidades familiares suele concentrarse en propuestas de mercantilizar la retribución de unas tareas por largo tiempo anónimas. Y es justo que así sea. Pero también conllevan potencialmente el gran efecto perverso de olvidarse de la desigualdad funcional entre mujeres y hombres en el seno de los hogares. Ya en 1995, y según datos del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) dos terceras partes de las mujeres españolas consideraban inaceptable el modelo de “varón sustentador” (male breadwinner), mediante el cual el hombre posee un trabajo remunerado fuera de casa y la mujer se queda en casa administrándola. Ahora, casi un 95% de todos los españoles se declaran a favor de un modelo de “doble salario” en los hogares, con rentas tanto de hombres como de mujeres. Pero el trabajo doméstico tiende a seguir el patrón tradicional.


Más allá de la discusión sobre las bondades de la “desfamilización”, propuesta vivamente por algunos de mis colegas escandinavos y anglosajones, la cuestión a ponderar es si la “externalización” del trabajo doméstico no sigue ocultando la desigual distribución de tareas en el seno de los hogares. En realidad, la pregunta continúa siendo la misma: “¿se puede lograr una mayor igualdad de género sin compartir las tareas domésticas entre los componentes de los hogares? Semejante cuestión no debe constreñirse al simple debate sobre qué tipo de diseño de políticas gubernamentales es más apropiado para la conciliación entre trabajo remunerado (en el mercado laboral) y no remunerado (en la casa) de las mujeres. La necesidad que España tiene, por ejemplo, de construir centros de días y escuelas infantiles no debería desviar la atención de lo que pasa de “puertas adentro”. Y es que a una mayor igualdad entre hombres y mujeres debería corresponder también un cambio en la división cultural del trabajo doméstico.


Las últimas generaciones de amas de casas trabajadoras han duplicado su papel de madres, primero cuidando a sus propios hijos y después a sus nietos. Las nuevas generaciones de madres trabajadoras no están reproduciendo los mismos roles de igual manera. El ciclo, por tanto, parece cerrarse y lo que antes era un “asunto de mujeres” en el ámbito privado familiar pasa a ser un problema social que concierne al conjunto de la sociedad. Una mayor implicación de la sociedad en el apoyo a la familia mediante la expansión de servicios y políticas públicas no debería convertirse, sin embargo, en un ejercicio de ocultación del mundo de desigualdades que se produce en el seno de los hogares. De no hacerse efectivo el reparto equitativo de las tareas domésticas entre géneros, cabe esperar una mayor individualización en la cobertura de los riesgos vitales. Y en un futuro cercano habrá poquísimas mujeres casadas, al menos formalmente, asunto que trataremos en un próximo artículo. En el entretiempo, señalemos que las “supermujeres” pasarán por derecho propio a la historia social de España por su decisiva contribución a la equidad y el bienestar social. Quisiera pensar que sus hijas ya son un poco más iguales y prósperas de lo que ellas fueron. 

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