viernes, 29 de marzo de 2024 11:56
Opinión

21-D Y LA CONLLEVANCIA INTERNA CATALANA

Luis Moreno
Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

SociedadCivilCatalana 1


"Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles" (José Ortega y Gasset, 13 Mayo, 1932)



A la vista de los resultados producidos en las elecciones del 21-D cobran relevancia las palabras del preclaro filósofo español. Casi un siglo después resulta, sin embargo, que el ‘problema catalán’ no es tanto un conflicto entre catalanes y españoles como entre catalanes mismos. La conllevancia es ahora entre aquellos catalanes que quieren la secesión del Principado del resto de España, y por ende de la Unión Europea (un 47,5% % si se suman los porcentajes de votos de los partidos que han concurrido a las última elecciones catalanas con dicha explícita propuesta), y aquellos que no quieren separarse (como así también lo han manifestado explícitamente).


Las elecciones plebiscitarias han resultado, por tanto, en una mayoría parlamentaria por la secesión y una mayoría social contra la separación.


Electoralmente Cataluña aparece partida en dos mitades contrapuestas, ninguna de las cuales puede arrogarse la condición de representar a todos los catalanes. Ni siquiera a una mayoría neta de ellos. En realidad una mayoría inequívoca de catalanes sigue incorporando identidades no excluyentes. ¿Cómo resolver políticamente semejante dilema identitario?


Por encima de cualquier otra consideración, los catalanes deben reiterar su propia condición ciudadana. Desde los tiempos de la Transición democrática, el conjunto de las fuerzas sociales y políticas catalanes convinieron en la aseveración de que son catalanes quienes viven y trabajan en Cataluña. A ello habría que añadir que tal condición se sostiene en la voluntariedad de considerarse catalanes. La pertenencia a Cataluña no queda sujeta a determinismos previos. No existe la raza de los catalanes. Los rasgos culturales de los catalanes no poseen una relación genética de características propiamente raciales. La nación catalana tampoco se convalida con el estatus político de estado.


Si ser étnicamente catalán no implica un mayor o menor grado de autonomía política, ¿cómo pueden conllevarse ahora los catalanes ante la plasmación de dos opciones políticas enfrentadas y aparentemente contradictorias como son la secesión de España y su permanencia en ella?


Ante todo, la conllevancia entre catalanes debería asumir la propia realidad política catalana que no es unívoca ni homogénea. El catalanismo ha expresado a lo largo de la historia moderna su justa aspiración a mayores cotas de autogobierno ante el retraso crónico y parasitario de las elites centralistas españolas. Pero las propias élites nacionalistas catalanistas no deben atribuirse --en modo alguno-- la representatividad de toda la sociedad catalana como el 21-D ha mostrado palmariamente.


En los últimos tiempos se ha extendido la idea, quizá anteriormente subliminal, de que la alta calidad de vida en el Principado es fruto del genio emprendedor de una milenaria cultura catalana. A ella se habrían sumado solícitamente los muchos emigrantes procedentes de otros lugares de España, los cuales han contribuido al modelo de desarrollo catalán. La decisión de inmigrar a Cataluña no les fue impuesta a esos ‘nuevos’ catalanes, muchos de cuyos descendientes no son secesionistas.


Para algunas de las cabezas pensantes inspiradoras del unilateral e inconstitucional Procés, los inmigrantes o hijos de inmigrantes deberían adoptar a pies puntillas la visión del nacionalismo excluyente catalán. Si no lo hacen es por propia decisión y ellos serían, según tal visión, responsables de su propia situación de alineación.


Pero, como no podía ser menos, resulta que tal alineación no es ni menor ni insignificante. Según el 21-D representa cuando menos la mitad del electorado catalán, la cual no quiere separarse de España. Por eso la solución federal en el marco general de España es la más adecuada para intentar ajustar la contradicción entre unidad y diversidad mediante el pacto político. ¡Cuán óptimo sería que se produjera un ajuste entre lo secesionista y no secesionista mediante la conllevancia interna en un Parlament altamente fragmentado! Idea ilusoria, dirán muchos lectores en el actual clima de desencuentros.


Y, ciertamente, podrá pensarse que en el momento presente de frustración, rauxa y odio entre los propios catalanes se hace imposible atisbar cualquier acuerdo interpartidario.


Cataluña, España y Europa lo necesita. Al menos en los grandes asuntos que implican la preservación de una prosperidad económica y sostenible, y el mantenimiento de nuestro bienestar y modelo social europeo. Por ello es también crucial una diligente reforma de la Constitución de 1978 que elimine los trágalas del ‘ordeno y mando’ centralista y que consoliden el ‘imperio de la ley’ sobre el que se sustenta nuestra vida política europea.


España, como nación de naciones, necesita de la conllevancia. Tanto entre sus naciones y regiones como dentro de ellas. Nuestro pasado de desencuentros y barbarie fratricida no debe hacernos olvidar del genio creador y concurrencial de las partes integrantes de España. Debería recordarse que nunca en su historia contemporánea ha prosperado más la convulsa ‘piel de toro’ que durante el período iniciado tras la muerte del dictador Franco. Es hora de renovar las aguas de la bañera sin tirar a nuestro preciado niño.


Que ustedes disfruten de las fiestas y tengan un buen 2018.



Artículo publicado originalmente en galiciapress.es

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