viernes, 29 de marzo de 2024 11:34
Opinión

El linchamiento

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

El catedrático Joaquim Brugué ha decidido abandonar Twiter por la virulencia de los insultos que ha recibido desde que anunció su dimisión como miembro de la Comisión de Control del 9-N, tras reconocer en público su convicción de que "fa la sensació que l'important no és poder votar, sinó aconseguir la independència".

El catedrático Joaquim Brugué ha decidido abandonar Twiter por la virulencia de los insultos que ha recibido desde que anunció su dimisión como miembro de la Comisión de Control del 9-N, tras reconocer en público su convicción de que "fa la sensació que l'important no és poder votar, sinó aconseguir la independència".

No conocozco al Señor Brugué, sí su curriculum profesional, que es muy bueno y que le permite en la UAB explicar sus conocimientos sobre Ciencia Política, algo que eleva su listón intelectual muy por encima de los "patriotas" que le insultan en internet por haber tomado una decisión que le honra como persona y como profesor, porque además, no se ha escondido al explicarla con meridiana claridad.

Hace unos días, leía en un diario digital de Madrid que a la diputada del PP Alicia Sánchez-Camacho también la insultan cuando lleva a su hijo al colegio, y que incluso algún valiente le pide que se vaya de Catalunya. Tampoco tengo trato continuo con la portavoz popular, ni sus ideas son las mías, pero daría mi vida para que pudiera expresarlas libremente o porque el Señor Brugué pudiera librarse del linchamiento al que está sometido y que a mí me suena a nazismo puro y duro.

Los soberanistas tienen todo el derecho del mundo a reivindicar sus ideas, y que yo sepa ya lo han hecho con total libertad en varias manifestaciones multitudinarias, además de contar con el apoyo del Govern de la Generalitat, Òmnium, la ACN y sobre todo la Televisión Pública catalana TV3 que, cada día que pasa, se parece más, por su sesgo sectarial, a Tele-Madrid que como toda la profesión sabe, ha acabado perdiendo su credibilidad después de muchos años de obediencia ciega a las consignas que le venían de la calle Génova o del Gobierno de Esperanza Aguirre. Así, que aprender de esa experiencia, le vendría muy bien a las cabezas pensantes de Sant Joan Despí y solo a ellas, ya que los trabajadores ya saben por sus colegas del Comité de Empresa de la TM con cuántos despidos se pagan estas cosas.

Así pues, en Catalunya cabemos todos si las mayorías respetan a las minorías y no convierten las ideas en un instrumento de violencia, en lugar de un argumento imprescindible en cualquier foro de debate plural y pacífico. ¿Será posible?.


Manuel Fernando González

Editor

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