jueves, 25 de abril de 2024 17:08
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Ajedrez y Política en la carrera de las elecciones al Barca

José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España nunca lo ha ocultado. Más allá de todas esas lecciones magistrales con las que deleita a sus audiencias en diferentes foros y universidades internacionales, desde que hace once años dejase la Moncloa su mayor anhelo sería convertirse en presidente del Real Madrid. Uno de los pocos cargos que otorga una visibilidad mediática comparable al del presidente de la nación.

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José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España nunca lo ha ocultado. Más allá de todas esas lecciones magistrales con las que deleita a sus audiencias en diferentes foros y universidades internacionales, desde que hace once años dejase la Moncloa su mayor anhelo sería convertirse en presidente del Real Madrid. Uno de los pocos cargos que otorga una visibilidad mediática comparable al del presidente de la nación. Ni qué decir tiene, que otro de ellos es el del presidente del F.C. Barcelona. Por mucho que le pese a Artur Mas y a sus antecesores, la proyección global y la visibilidad mundial del F.C. Barcelona es muy superior a la de la Generalitat. Cualquier culé de Ushuaia, Johannesburgo, Doha o Vladivostok tal vez identifique a aquel señor que tras ganar la elecciones a la presidencia del Barca a mediados de julio se haga fotografías con Messi. Por el contrario, parece mucho más complicado que haga lo propio con aquel otro que tras ganar las elecciones catalanas previsiblemente de septiembre (o al menos tras pactar convenientemente después de las mismas), aplauda y sonría junto al primero cuando el astro argentino deleite al Camp Nou con alguna de sus filigranas imposibles.


No se nos escapa a estas alturas la íntima relación entre fútbol y política tanto en España como en Catalunya. Siendo el F.C. Barcelona mès que un club o como el malogrado Vázquez Montalbán aseguraba hace ya una década, la imagen del “brazo no armado de la identidad catalana”, el plebiscito culé aparece como una oportunidad sin igual, una “perita en dulce” para la sociedad civil barcelonesa antes de las muy imprevisibles elecciones a la Generalitat, tras la canícula estival. Si bien fueron siete precandidatos, solo cinco de ellos presentaron el pasado sábado las firmas necesarias para convertirse oficialmente en candidatos. El último presidente, Josep María Bartomeu (2014-2015), Joan Laporta (también presidente del Barcelona entre 2003 y 2010), además de Toni Freixa, Agustí Benedito y la sorprendente Plataforma Seguiment FCB, cuya cabeza visible es Joan Batiste.


Por mucho que las firmas deban ser validadas este martes, parece que Bartomeu inicia la carrera electoral desde la pole. Con algo más de nueve mil firmas casi dobla al segundo precandidato, Laporta. Ni él mismo era capaz de prever este escenario cuando a inicios de enero, la crisis deportiva del club y las cuitas internas le abocaron a prometer la convocatoria de elecciones a final de temporada para apaciguar los ánimos y obtener la paz social. Mano de santo y giro copérnicano que convirtió una temporada que parecía abocada al desastre en un paseo triunfal para el equipo culé. Ganar la Copa de Europa parece el mejor escenario posible para revalidar el cargo. Bartomeu solo tiene un precedente negativo, aunque para encontrarlo debamos remontarnos tres lustros y viajar hasta Madrid. En 2000 y como consecuencia del efecto del mediático fichaje del portugués Luis Figo, Florentino Pérez arrebataba la presidencia del Real Madrid a Lorenzo Sanz, que apenas semanas antes había levantado en París la octava Copa de Europa.


Se trata del “clavo ardiendo” al que tratarán de asirse, primero Laporta y después el resto de candidatos para arrebatar a Bartomeu el puesto en la foto al lado de Messi. Y para ello necesitan embarrar el terreno de juego de la partida de ajedrez que supone la campaña electoral. Especialista en ello es Laporta, quien en 2003 levantó al afamado publicista Lluis Bassat unas elecciones a la presidencia del Barca, que las encuestas le daban por perdidas apenas quince días antes de los comicios, pero que remontó con la promesa del fichaje de David Beckham. El inglés recaló en el Bernabeu, Laporta ganó las elecciones contra pronóstico y cambió a Beckham por Ronaldinho para dar comienzo a la más exitosa serie de triunfos blaugrana de la historia del club. Desde Madrid no puede obviarse que dicha época ha coincidido con el denominado “Florentinato”.


Pocos jugadores de fútbol pueden elevar el nivel de algunos de aquellos con los que ya cuenta el F.C. Barcelona. Tal vez, solo uno pudiera tener idéntico valor simbólico al de Luis Figo, que aupó a Florentino Pérez a la presidencia del Madrid. Arrebatar a todo un icono del madridismo como Sergio Ramos, parece que últimamente mal avenido con el mandatario blanco. A falta de este indudable “conejo blanco”, los candidatos solo podrían sacar otro de la chistera para alcanzar la poltrona blaugrana: el de la política.


En ese terreno, parece que el rival de mayor entidad para Bartomeu sería el ex presidente Laporta. Si tradicionalmente los presidentes o aspirantes a la presidencia del F.C. Barcelona han gestionado el tema de la línea de fractura de la cuestión nacional catalana con calculada ambigüedad, Laporta ha sido la excepción. Nunca ha escondido sus simpatías hacia la hipotética secesión catalana e incluso tras su salida en 2010 del Barca tanteó su paso al ruedo político y fundó Solidaritat Catalana per la Independència, partido político que llegó a tener cuatro escaños en el Parlamento de Catalunya entre 2010 y 2012; pero no terminó de cuajar en el marco del arco político catalán. Si bien en tiempos de cambio no convendría olvidarse de la sorprendente Plataforma Seguiment FCB, ahora que la alcaldesa de la ciudad condal, Ada Colau (al igual que su homóloga madrileña, Manuela Carmena) procede también de una plataforma ciudadana, Barcelona en comú. El resto de los aspirantes, Freixa, Benedito, además del propio Bartomeu han procurado significarse políticamente lo menos posible si bien poseen vinculaciones con el establishment político catalán y barcelonés.


El pistoletazo de salida para la participación activa de la política en las elecciones culés, fue, contra pronóstico, exógeno y no endógeno. La UEFA (una de las seis confederaciones geográficas que componen la FIFA, organización supranacional de carácter privado que gestiona fútbol a escala mundial, tradicionalmente reconocida por su elevado nivel de opacidad y corrupción) abrió la semana pasada un expediente de carácter sancionador al Barcelona tanto por la exhibición de banderas estelades como por los cánticos independentistas por parte de algunos aficionados azulgrana durante la disputa de la final de la Copa de Europa en Berlín. Ni qué decir tiene que todos los precandidatos se subieron, en mayor o menor medida al carro de las críticas a la UEFA, por cuanto la medida comporta una traba al “derecho de la libertad de expresión”. El expediente deberá sustanciarse precisamente el próximo 15 de julio, apenas tres días antes de que los socios del Barca pasen por las urnas, es decir, durante el sprint final de la campaña.


Como ya defendimos hace unas semanas, la singularidad española ha residido tradicionalmente en la utilización del fútbol como fórmula de afirmación de las identidades periféricas enfrentadas al estado central. Durante el declive de la dictadura franquista y desde finales de los sesenta, los nacionalismos vasco y catalán comprendieron que el fútbol constituía uno de los mejores medios de expresión para sus reivindicaciones políticas. Consecuentemente, los campos de fútbol del País Vasco y Cataluña se convirtieron en el único emplazamiento de la esfera pública donde, de facto, se permitían manifestaciones de identificación nacional vasca o catalana. Sus estadios de fútbol se poblaron de senyeres e ikurriñas todavía durante la dictadura. Incluso, ambas identidades etno-territoriales se vieron reforzadas durante la Transición y los primeros pasos de la Democracia. De hecho, desde entonces la pluralidad de la sociedad española comenzó cada vez a ser más visible en los estadios. Todo ello en el contexto español, en el que las fuertes divisiones etno-territoriales provocan que los clubes de fútbol no solamente representen ciudades, sino también regiones, incluidas aquellas con conciencia de nación. Los campeonatos españoles, pero también los europeos, con motivo del desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación al calor del proceso de Globalización se convierten, entonces, en campos simbólicos donde se desarrollan conflictos identitarios, a la vez que los partidos sirven para revivir tradicionales rivalidades históricas.


Queda por ver, si alguno de los candidatos a la presidencia del Barca optará por capitalizar la siempre sensible en Catalunya y en Barcelona, cuestión simbólica de la bandera. No parece lógico que lo haga el favorito Bartomeu (que en una hábil estrategia de comunicación política sí que hace pequeños guiños al catalanismo, como cuando el pasado sábado presentó sus firmas en cajitas bien blaugranas bien con los colores de la senyera), pero resulta muy tentador para aquellos que parecen tener poco que perder. Tampoco deben tener mucho que temer. En Catalunya, la proclamación del F. C. Barcelona como “algo más que un club” puede interpretarse en relación con la formación identitaria regional, o incluso mejor como una definición cultural de la identidad catalana.


Lo que debe comprobarse es la exacta composición sociológica del electorado culé, que recordemos no tiene porqué solaparse con la del conjunto de aficionados blaugranas ni con la del conjunto de Catalunya. Si bien es cierto que en el Camp Nou aparecen estelades, pancartas con el recurrente Catalonia is not Spain, o se pueden escuchar los gritos de Independència en el simbólico minuto 17,14 de cada partido, ello tampoco aporta una radiografía cristalina de las inquietudes políticas del socio del Barca. Sobre todo en el marco de una situación política actual, en la que los matices son decisivos: regionalismo, catalanismo, nacionalismo, independentismo, etc. Todo ello conjugado con la teoría de las mayorías silenciosas, aquellas que no exhiben sus inquietudes políticas, enarbolan banderas, pancartas o gritan consignas.


En la partida de ajedrez en la que se han convertido los comicios culés, los aspirantes solo podrán tumbar al “rey Bartomeu” si mueven ficha. De lo contrario parece segura una victoria plácida a los puntos de aquel. Para ello, no les queda otra que polarizar políticamente la campaña, obligar a Bartomeu a significarse y confiar en llegar al corazón del socio blaugrana. Ello supone incluir en la agenda temas espinosos para el último mandatario blaugrana. Cabe por tanto esperar que tanto Laporta como Benedito, que ya lo mencionaron en la precampaña, incidan en la cuestión política de Catar como patrocinador del Barca.


Ahí el efectista Laporta cuenta con un arma de doble filo. Si bien es cierto que durante su presidencia confió el Barca a Unicef, lo que parece una iniciativa más plausible que la de Catar, también lo es su estrecha vinculación a algunos de los mitos del barcelonismo. Si ya ha metido en campaña a Johan Cruyff, política y emocionalmente también se encuentra muy cerca de Josep Guardiola, quien ya ha admitido una especial simpatía para con su amigo Jan. Incluir al entrenador catalán al final de la campaña conlleva algunos riesgos. En la actualidad es entrenador del Bayern de Munich (rival en semifinales de la pasada Copa de Europa del propio Barca) de una parte; y de otra parece poco congruente ser un ferviente defensor del tan manoseado “derecho a decidir” de Catalunya a la vez que se buscan los réditos electorales de quien fue imagen de la polémica y (por el momento) exitosa candidatura de Catar (emirato en el que no hay elecciones libres ni partidos políticos) para albergar el mundial de 2022.


En apenas dos semanas el Barca tendrá nuevo presidente. Bartomeu es claro favorito pero no debe dejar sorprenderse en el sprint final. Sus adversarios deben mover ficha y descuidar su retaguardia para poder poner en jaque al rey. Tal vez sea la única opción de Laporta, convertir las elecciones del Barca en un plebiscito político, en otro drama griego, para poder dar la vuelta al tablero como hace doce años.   

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