Catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Escuela de Arquitectura de la UPC y miembro de la Real Academia Española, Félix de Azúa es un escritor intelectual. Hace poco ha publicado 'Vida y papel' (Literatura Random House), con dos autobiografías; una sin vida y otra de papel, agrupando dos textos separados e impresos hace unos años. Reconoce la gran dificultad de observar siquiera “los signos personales, los nuestros, los que a veces ni siquiera nosotros mismos conocemos con exactitud”. No entraré a reseñar este volumen, me limitaré a conectar algunas ideas que creo que merecen quedar a resguardo.
Azúa declama: “¡Ah, queridos hermanos, qué insoportable es la libertad obligatoria!”. Antes había referido que “no es que los jóvenes puedan hacer lo que les dé la gana, sino que están obligados a tener ganas de hacer algo, razón por la cual también son opresivas las imágenes de tolerancia, vida alegre, irresponsabilidad, liberación o buen rollo que les están obligando coercitivamente a ser lo que son en estos momentos”. Haz y envés de unas vidas alteradas por la aceptación de ser títeres.
Su escrito 'El aprendizaje de la decepción', fue el túnel, dice, por el que Félix de Azúa pasó de la novela al ensayo. Entiende que pertenece a “la última generación que tuvo maestros, que enlazó respetuosamente con el pasado”. Y así rinde homenaje al gran Juan Benet, quien ejercía con plena conciencia y teatralidad, pero sin darse real importancia. Se reconoce en una generación que creció con el cine, no con la tele, algo que se nota en la forma de novelar: “Las nuestras son de panorámica (hay paisaje, las más de las veces urbano, pero también rural), de interiores (abundan las descripciones informativas sobre lo doméstico), no excesivo plano medio (poco diálogo, poca escena teatral), mucho primer plano (examen psicológico del personaje) y cámara muy móvil, con grúas, ‘travellings’ y desplazamientos violentos”.
Es un análisis muy sugerente. Recogeré un último párrafo, que describe su nostalgia por un mundo perdido, una estampa que unifica el alma occidental. Millones de ciudadanos hacían exactamente el mismo gesto: dejaban un sombrero “en la silla de al lado o sobre la mesa, abrían el periódico y pedían un café con leche mientras encendían el primer cigarro de la mañana.”. Sabores insustituibles, sin recambio.
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