miércoles, 22 de mayo de 2024 20:12
Opinión

Treinta y seis años después

Antonio Carlos Pereira Menaut
Antonio Carlos Pereira Menaut

Prof. de Derecho Constitucional, USC

Una vez, allá por 1978, se encargó a unos arquitectos constitucionales un nuevo edificio. Con todos los últimos gritos del momento, proyectaron uno soberano, perfecto, sin fisuras: un bloque de mármol piramidal, con un ordenamiento jurídico sistemático, encabezado por la Constitución y seguido en escalones descendentes por estatutos autonómicos, leyes, reglamentos, actos administrativos y sentencias; custodiado todo ello por un TC germanizante.

Una vez, allá por 1978, se encargó a unos arquitectos constitucionales un nuevo edificio. Con todos los últimos gritos del momento, proyectaron uno soberano, perfecto, sin fisuras: un bloque de mármol piramidal, con un ordenamiento jurídico sistemático, encabezado por la Constitución y seguido en escalones descendentes por estatutos autonómicos, leyes, reglamentos, actos administrativos y sentencias; custodiado todo ello por un TC germanizante.

Pasaron treinta y seis años (que para España no es poco; tanto como el Franquismo), y esa Constitución fue un éxito sin precedentes... hasta hace poco. Hoy, el proyecto racional está desfigurado. Por un gran agujero en su pared (los arts. 93 y 135) escapa a chorros la soberanía y entra una masa incontrolada de normas, sentencias y, últimamente, el Pacto Fiscal, el Tratado MEDE y el "Two Pack". Ciertas alas del edificio están vacías o poco usadas y su futuro es gris (economía, derechos sociales). Otras partes se hipertrofiaron (ejecutivo, TC). Hoy, un observador marciano, no vería aquí una pirámide marmórea perfecta, sino una construcción precisada de serias reformas; medio cubierta de hiedra (la jurisprudencia constitucional), con unas partes casi abandonadas u obsoletas, mientras que para otras hubo que construir «edificios» anejos ?estatutos de autonomía; grandes leyes?. La autosuficiente pirámide, con su orgullosa norma suprema que no admitía nada sobre ella, convive ahora con otras 27 constituciones nacionales bajo el gran paraguas de la constitución material europea.

Efectivamente, la Constitución española fue un gran éxito, pero ?una cosa no impide la otra? nunca garantizó suficientemente la división de poderes, hoy muy tenue, y desconfió del pueblo, entregándose a la partitocracia. Al llegar los malos tiempos, el imperio del derecho sobre el poder se reveló escaso, y las libertades retroceden hoy (arts. 15, 18, 21, 23, 24..). El diseño territorial, defectuoso desde el primer día, no ha salido, sin embargo, tan malo, aunque hoy monopolice las críticas.

Fue un éxito, pero al precio de poca fidelidad al diseño. Lo realmente vigente hoy no es el documento "Constitución", sino un «bloque de la constitucionalidad» integrado desigualmente por los Tratados europeos, los estatutos, la LOTC y demás grandes leyes y, sobre todo, las sentencias constitucionales (españolas, europeas, ¿y tal vez alguna alemana?). Aquel éxito, pilotado por una clase política torpe, poco honrada, cortoplacista y sin mucha idea del bien común, se rigidificó innecesariamente, y luego no soportó el embate de la actual crisis.

La moraleja es clara: en materia constitucional, los diseños demasiado racionales, rígidos o detallados, no valen la pena. Aseguremos unos mínimos realmente fundamentales (incluso frente a la UE, como Alemania). Si una constitución tiene éxito y llega a ser un living document (y ésta llegó, al menos en parte), la vida misma irá luego guiándonos con "trials and errors". Se me objetará que la constitución de USA prueba lo contrario. No lo creo. Primero, porque también ella está recubierta de hiedra, y, segundo, porque los arquitectos de 1787 diseñaron una constitución modesta y realista, de mínimos, inicialmente poco más que un tratado internacional.

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