A la muerte de Adolfo Suárez, hace dos años, Javier Marías escribió un artículo glosando su figura, que está recogido en su libro Juro no decir nunca la verdad (Alfaguara): “alguien que no se arredraba, que no estaba dispuesto a que lo avasallaran ni pisotearan; sí, en cambio, a que lo convencieran”. Melancolía y pesar por el sino de todo español de valía, reconocido cuando queda desactivado o deja de respirar. Decía Marías: “Una figura que trajo esperanza, considerable optimismo y suscitó mucha simpatía. Si en algo se distinguió Suárez fue en que, por primera vez en muchísimos años, un gobernante español no inspiraba miedo. Siempre pareció razonable y alejado de todo autoritarismo; es más, como venía del franquismo -pero en nada se asemejaba a éste-, procuró ser todo lo contrario de lo que lo había precedido: respetuoso, conciliador, dialogante, sonriente y cordial, atento y persuasivo”.
Santiago Carrillo destacaba de Adolfo que era hijo y nieto de militantes de Izquierda Republicana, el partido de Azaña, y que gracias a carecer de lastre totalitario, procedió con naturalidad a enterrar el franquismo y se movió por los corredores de la nueva democracia “como si ésa hubiera sido la vocación de toda su vida”. El 27 de febrero de 1977, ambos conversaron a solas unas seis horas. El legendario dirigente del PCE escribió que Suárez pudo percibir que él no era “un demagogo que había acudido a la cita, saliendo del agujero, para apuntarse un tanto personal”, y que él se persuadió de que Suárez y el rey buscaban desembocar claramente en un sistema democrático: “En ningún momento me dijo Suárez: ‘Usted tiene que comprometerse a cumplir tales y cuales condiciones para lograr su legalización’. De haberlo hecho el acuerdo hubiera sido muy difícil, y ni él ni yo éramos tan torpes como para proceder así”. Carrillo evocaba la imagen de un Adolfo Suárez “sereno y digno, que permaneció en su puesto, sin humillarse, cuando crepitaban las metralletas y pareció que el pasado podía volver”. Con igual dignidad, Suárez asumió su posterior ostracismo. Y proseguía Carrillo, en 2012: “de sus labios no ha salido una palabra de reproche para quienes le abandonaron y sí muchas de comprensión y de apoyo para quienes no se comportaron igual con él. Hoy todos reconocen sus méritos, por lo menos de labios afuera”.
Es verdad lo que decía, excepción hecha de separatistas y podemitas.
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