jueves, 18 de abril de 2024 14:46
Opinión

El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, un político impresentable

Carmen P. Flores
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Directora de Pressdigital

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Juan García-Gallardo @ep

 

El poder está bien y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y la estupidez juntos son peligrosos, escribía el escritor estadounidense, Patrick Rothuss. Esta definición es aplicable al vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, un joven político de 31 años que milita en Vox. Ha tenido una carrera que ha sido meteórica tras afiliarse al partido de Abascal, donde solo llevaba un año cuando fue elegido para encabezar la lista del partido de ultraderecha en la comunidad de la que ahora es vicepresidente, gracias al pacto con el PP.


El vicepresidente es una joya en bruto, no hay semana que no sea noticia, y no precisamente por su buen hacer en su gestión del gobierno, sino por sus exabruptos dentro y fuera de las Cortes de Castilla y León y su actitud de no rectificar. Una postura muy democrática que le viene al dedo al llamado “niño de papá” mal consentido por su entono al ser el menor de la familia. Fue mimado no solo por sus padres, sino por sus hermanas. Un contexto que le convierte en un niño impertinente y malcriado que se cree siempre poseedor de la verdad absoluta. Eso no le impide cobrar por el cargo que ostenta la cantidad de 85.566 euros anuales, no está mal. 


Y es que García-Gallardo ha vuelto a ser noticia esta semana por otra de sus intervenciones en las Cortes - cuando se debatía la presentación de una Proposición no de Ley que había presentado el PSOE para pedir la reprobación del vicepresidente por haber llamado “banda criminal" a los socialistas en el pleno del pasado 25 de octubre-. Como era de esperar, no intentó disculparse, sino que ratificó sus palabras y volvió a señalar la “historia criminal del PSOE por sus pactos con los filoterroristas de Bildu y por el acercamiento de presos etarras al País Vasco”. Por si no tenía bastante volvió a señalar a Pedro Sánchez como “jefe de la banda”. El escándalo que se ha montado ha sido descomunal, más o menos como el ocurrido en el Congreso de los Diputados cuando Irene Montero les ha acusado a los del PP de “promover la cultura de la violación”.


No es la primera vez que este individuo con cargo institucional padece incontinencia verbal, y atesora una lista de actuaciones estelares que denigran a las instituciones y a la política, sin que el PP le haya parado los pies, que es lo mismo que  romper el gobierno y darle una patada en el trasero - eso sí, con cuidado porque siente devoción por montar a caballo- y que se vuelva al bufete de abogados de su familia, que por cierto es conocido por defender en bastantes ocasiones a la familia Ruiz Mateo.


Pero la joya de la corona del gobierno de Castilla y León la tiene tomada con el procurador de Unidas Podemos Juan Fernández, como ha quedado patente una vez más en la sesión de este miércoles, en la que el político de Podemos, en su intervención, ha acusado a vicepresidente - después de no rectificar- de “profesar la ideología fascista”. Con mala cara y gestos que lo definían muy bien, ha provocado la intervención del presidente de la Cámara para expulsar al diputado Fernández de la sala. Las protestas de socialistas, y del representante de Ciudadanos - anterior vicepresidente, Francisco Igea, con el que también se la tuvo en otros plenos- no se hicieron esperar. La actitud del presidente de la Cámara castellanoleonesa ha sido de partidismo puro y duro - le va el sueldo en su decisión-, con una imagen que deja a la institución muy mal parada. Claro, igual lo que pretende el artista de la película es cargarse a las instituciones porque hay que recordar que cuando estaba en plena campaña electoral dijo que no creía en las comunidades autónomas, cosa que está demostrando que es así. 


Lo que tiene que hacer el PP es echar a García- Gallardo, gobernar solo y si no puede, convocar nuevas elecciones, cosa que no hará. El poder es como un caramelo que crea adicción y reporta buenos sueldos, aunque se degrade cada día más la institución. Decía Voltaire que la idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”. 
 

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