Muy pillado por los chicos de la CUP debe andar el president Carles Puigdemont para recuperar la vieja táctica de la huida hacia adelante.
Si Miquel Iceta es capaz de conjugar, en la confección de la Ejecutiva, experiencia, juventud, ideología y capacidad de gestión la cosa puede funcionar. Si, además, logra que la personalidad y el discurso del PSC se perfilen con nitidez hay socialismo catalán para rato.
De acuerdo. Tienen ustedes razón. Lo acontecido en la calle Ferraz de Madrid este fin de semana es tan esperpéntico como lamentable. Reconozcámoslo, nadie estuvo a la altura del guión y del papel que se le supone -por historia y responsabilidad política- a un partido de izquierdas centenario.
Un buen amigo egarense me cuenta que su ayuntamiento está enfrascado en remunicipalizar un montón de servicios, entre otros el abastecimiento de agua. Me pide opinión al respecto.
La cosa va a más. Desde 2012 hacia acá la Generalitat ejerce un monopolio del poder sobre la sociedad catalana en el que únicamente es ‘correcta’ la opción secesionista.
Decía Norberto Bobbio en sus ‘Ensayos sobre el fascismo’:
‘Si el consenso es unánime quiere decir que no es libre. El consenso libre se expresa individualmente y es el de un ciudadano de un país democrático cuando va a depositar la propia papeleta electoral en la urna.
Merecen seguir entrenando al equipo y enviar al banquillo a los que buscan, desde la molicie, chivos expiatorios.
No hace mucho tiempo de ello. Cuando en el PSC algunos tocaban la marcha fúnebre de Sigfrido llegó el comandante Iceta -y como decía Carlos Puebla- mandó a parar. Le metió swing al socialismo catalán y las elecciones autonómicas fueron bálsamo sobre heridas.
Seguro que ustedes recordaran la imagen de aquellas monumentales estatuas de Buda, ubicadas en el valle afgano de Bamiyan, talladas en los laterales de un acantilado a unos 2500 metros de altura sobre el nivel del mar. Datadas por los expertos en los siglos V y VI estaban catalogadas como unas obras fruto del sincretismo entre el arte griego y el budista.
Mientras las manifestaciones y protestas no cesan en Francia, y el Brexit amenaza la estabilidad europea, aquí proseguimos con la historia interminable de la campaña electoral bis y las mociones de confianza diferidas del presidente Puigdemont.
Argumenta que ya no se combate por las ideas, que es el juego de los intereses particulares lo que sostiene la gesticulación de los partidos políticos y no la ideología.
Pactar no es callar, ni renunciar, ni disolverse en el ‘no sabe no contesta’. Pactar implica unión en base a lo acordado y libertad para seguir siendo quien se es. Pactar no significa diluirse como un azucarillo en un caldo tibio e incoloro sino más bien todo lo contrario. A saber: poner en valor tu aportación a lo colectivo en la búsqueda del bien general. Cuando se es honesto se llega a acuerdos para que la sociedad funcione óptimamente no para mercadear carguillos o prebendas.
De comunistas, anarquistas, católicos, luteranos y otras especies los hay de todo tipo y condición. Los hay buenos, malos, honestos, truhanes, picaros, simpáticos y aborrecibles... El muestrario sería interminable y la catalogación imposible. Sentadas estas consideraciones previas, hijas del sentido común, he de manifestar que aborrezco esa táctica -que algunos usan indiscriminadamente- de descalificar al adversario político etiquetándolo despectivamente como ‘comunista’ o ‘totalitario’.
Es probable que el nombre de Zúrich produzca en el equipo de la señora Ada Colau algún que otro sarpullido. Ya saben, en Zúrich, además de grandes aseguradoras, las entidades financieras y los bancos tienen preeminencia en las noticias, la literatura y el paisaje urbano. La imagen de la ciudad suiza viene condicionada no solo por su bello entorno natural sino también por su dinamismo económico al servicio del capital.
Me indignan los silencios cómplices y el pasar de puntillas de algunos ante los atentados a la democracia y los derechos humanos. Sé perfectamente que el dinero es capaz de comprarlo casi todo, que el petróleo aun es un producto codiciado y que muchos prefieren el postureo de moda antes que inmiscuirse en ‘asuntos de estado’. Sí, eso es lo cómodo que permite a cierto personal darse una capa de barniz progresista mientras se obvian injusticias instaladas hijas del ‘laissez faire’.
Sucedió un catorce de abril, y no precisamente el de 1931. El diputado Carles Puigdemont no era alcalde y, seguramente, sus sueños inmediatos y ambiciones aun no apuntaban hacia la presidencia de la Generalitat. Lo suyo era un modesto escaño en el Parlament por la circunscripción de Girona.
No será un servidor de ustedes quien defienda la errática gestión del equipo de gobierno municipal que capitanea la señora Ada Colau. No, pero a pesar de ello me siento moralmente obligado a manifestar que Felix de Azúa, académico de la RAE, se ha equivocado y mucho con sus declaraciones a los medios de comunicación.
Recurro una vez más al Diccionario de la Lengua Española que homologa la Real Academia. En esta ocasión pretendo consultar los diferentes significados y acepciones del verbo rumiar y, por extensión, el de palabras como rumiante o rumiador. Reconozco que el motivo de mi consulta nace inspirado por la aparición, en los medios de comunicación, de unas declaraciones de la alcaldesa de Santa Coloma, Nuria Parlón, a la que aprecio y admiro.
Mariano huele a pasado, a personaje del Siglo de Oro español, a seguidor enfermizo de las comedias palatinas de enredo. En su empeño por ridiculizar y descalificar a Pedro Sánchez citó al Perro del Hortelano que inmortalizara Lope de Vega en el siglo XVII.
Les avanzo, para que nadie se lleve a engaño, que me gustaría ver instalado en la Moncloa un Ejecutivo de izquierdas o, en su defecto, otro de centro izquierda. Un gobierno que inspirándose en lo que parece imposible, hiciera realidad lo posible. Un gobierno empeñado en derramar bienestar, seguridad y felicidad entre la ciudadanía. En España el cambio es tan necesario como urgente, conviene por higiene democrática.