viernes, 29 de marzo de 2024 09:39
Opinión

LA TROMPETA DE TRUMP

Luis Moreno
Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

Donald Trump sigue entonando un sólo de trompeta en su peculiar carrera para obtener la nominación como candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Al inicio de la campaña de las elecciones primarias, su postulación como aspirante a disputar la presidencia era considerada como una anécdota protagonizada por un multimillonario con afanes de notoriedad. Tal anécdota se ha convertido en una posibilidad real, al menos en lo que hace referencia a conseguir la nominación en la Convención Republicana a celebrar en Cleveland el próximo mes de julio. No poco ayuda en sus ambiciones políticas el hecho de poseer una fortuna que se valora en más de 4.000 millones de dólares. De cumplirse los vaticinios se confirmaría, de ese modo, una de las máximas del denominado “sueño americano”; es decir, cómo un ciudadano “cualquiera”, y sin el marchamo de favorito, puede hacer realidad la aspiración de convertirse en presidente de EE.UU., el más puesto de mando más relevante en aquel país y, quizá, en el mundo entero.


Es justamente el matiz del adverbio de duda “quizá” utilizado en la frase anterior el que explica, en no poca medida, el ascenso meteorítico de Trump entre los votantes republicanos. Porque el deseo de los electores conservadores es que el gran país norteamericano certifique su hegemonía sin rivales en todo el orbe terrestre. El eslogan de Trump en el comienzo de su carrera hacia la presidencia ya lo anunciaba sin ambages: “Vamos a hacer a nuestro país grande de nuevo”. Para conseguir tal objetivo el candidato Trump se muestra dispuesto a hacer prevalecer el poderío de los USA por encima de cualquier otra consideración. Semejante programa de gobierno rehúye cualquier tipo de concesiones a superpoderes internacionales alternativos como EU, Rusia o China.


Desde la dimensión de la sociología electoral, el triunfo republicano del empresario neoyorquino revalidaría el renacimiento social y económico de la mayoría de votantes blancos (caucásicos) y su derecho a seguir ejerciendo el bastón de mando en su propio país. Recuérdese que los WASP (White-Anglo-Saxon-Protestant) alcanzan las dos terceras partes de la población estadounidense, excluyendo a los hispanos de raza blanca. Pero sólo la mitad de ellos son protestantes. El declive demográfico WASP en los EE.UU. contrasta con el aumento del número de hispanos, tres cuartas partes de los cuales son católicos. En 2012, el porcentaje de los hispanos era el 17% de la población censada, y las proyecciones indicaban que sumarían un tercio del total demográfico estadounidense en 2060.


Trump es el prototipo de WASP --con una hija convertida al judaísmo-- que pretende ofrecer una visión del mundo “pura” e incontaminada en sus convicciones. La campaña de Trump se ha focalizado en rentabilizar las frustraciones de los trabajadores de raza blanca en la América profunda, y que experimentan una movilidad descendente desde los tiempos de Ronald Reagan. Tales electores son presa fácil de ofertas de una vida mejor en el futuro próximo. “No os preocupéis si perdéis el empleo, yo os conseguiré otro” repite machaconamente Trump en sus actos de campaña. Otra cosa es que sus antecedentes biográficos, con suspensiones de pagos de sus negocios y ruinas financieras puntuales, no validen convincentemente sus promesas de una vida mejor para millones de WASP. Éstos nunca dispondrán de los recursos heredados para hacerse supermillonarios como él sí tuvo. Incluso en la más favorable de las coyunturas económicas, los pobres trabajadores (working poor) seguirán sumidos en la adormidera del “espejismo de la riqueza”, soñando con un consumismo suntuario imposible de adquirir.


En realidad, los discursos de Trump incitan a la prepotencia y hasta la violencia con frases como “…le pegaría un puñetazo”. A sus incendiarias proclamas en los mítines, en los que ataca a los musulmanes, los afroamericanos y los pobres “sin-techo”, hay que añadir su odio contra los inmigrantes procedente de México. De ahí su insistencia en construir otro muro de la vergüenza en el sur de los USA para evitar la entrada de aquellos que considera violadores y que importan el crimen que mancilla la bondad existencial de los estadounidenses. Tales postureos, como expresa el neologismo en boga en las redes sociales, arrojan serias dudas respecto a las capacidades del contendiente republicano como eventual jefe supremo estadounidense. Téngase en cuenta que como presidente estaría constitucionalmente facultado para ordenar ataques nucleares en cualquier lugar del mundo.


Buena parte de sus entusiastas seguidores profesan una renovada fe protestante en sus diversas acepciones y denominaciones eclesiásticas. Pero en realidad esa “mayoría silenciosa” cree en los Estados Unidos como el dios hacedor y deshacedor de vida y fortunas humanas. Para ellos ambos conceptos --Dios y EE.UU.-- son sinónimos e intercambiables. No debe extrañar que Trump haya hecho oídos sordos a las admoniciones del Papa Francisco, quien hace unas semanas comentó: "Una persona que piensa sólo en construir muros y no construir puentes, no es cristiano". El candidato republicano replicó aseverando que “… si él dice esas cosas, entonces no es cristiano”. Incluso el responsable de la Iglesia Presbiteriana en la que fue bautizado el propio Trump afirmó: “Los puntos de vista de Donald Trump no están en línea con las programas y acciones de nuestra iglesia”.


El solo de trompeta de Trump retumba con tonos apocalípticos en la presente campaña presidencial estadounidense. Su resonancia a pocos puede dejar indiferente. Sin embargo, y como se establece en nuestras democracias avanzadas, siempre resta la posibilidad de bajar el volumen de tan estridente sonido (¿ruido?). Ello depende de la voluntad y movilización de los electores inmunes a sus propuestas.



Luis Moreno es Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y autor de “Trienio de mudanzas, 2013-15”

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