martes, 9 de diciembre de 2025 22:02
Opinión

Las personas de Gaza esperan la solidaridad de un mundo egoísta

Carmen P. Flores
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Directora de Pressdigital

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Solo han pasado dos meses desde el 10 de octubre, fecha del famoso alto el fuego en Gaza en el que Israel se comprometía a una serie de cosas que, en su parte importante, ha incumplido. Los datos hablan por sí solos. Según la ONU, más de 9.000 niños en Gaza fueron hospitalizados por desnutrición aguda en octubre. Las agencias de ayuda han manifestado que Israel sigue restringiendo sus envíos de ayuda humanitaria, que —según declaran— están muy por debajo de las verdaderas necesidades de la población, que sigue debilitada después de dos años de guerra en condiciones inhumanas: sin alimentos, sin vivienda, con miedo, con la muerte de familiares y amigos y viendo que el mundo los ha abandonado.

En el mismo mes de octubre, unas 8.300 mujeres embarazadas y lactantes también fueron hospitalizadas por desnutrición aguda. Eso quiere decir que los bebés que nazcan tendrán un peso muy bajo, lo que significa posibles problemas que puedan tener más tarde. Es que el sistema sanitario de Gaza está destrozado. En la actualidad, de los 15 hospitales públicos con los que contaba, solo están funcionando 3. Además, la falta de medicamentos para los heridos es acuciante. A eso hay que añadir los pacientes crónicos con enfermedades coronarias, oncológicos que no reciben tratamientos de quimioterapia y pacientes que no reciben diálisis porque las unidades han sido destruidas. Es una situación desesperada. Los sanitarios que siguen trabajando en esas condiciones realizan jornadas de 60 y 70 horas. Muchos de ellos han perdido a familiares y no pueden hacerles el duelo. La barbarie a la que se ven a diario es tal que no pueden derrumbarse; no se lo pueden permitir.

En lo que va de diciembre, el promedio de camiones de ayuda diaria está siendo de 140, en convoyes organizados por la ONU y la Organización Internacional para las Migraciones. La cifra está muy por debajo de los 600 camiones establecidos en el pacto del alto el fuego. Una cifra insuficiente, dadas las necesidades tan urgentes que tiene la población.

Si la comida es escasa, es urgente la reconstrucción de las viviendas para que puedan vivir con la dignidad que cualquier ser humano se merece. Después vendrá la construcción de escuelas y otras necesidades de las que han sido privadas por Netanyahu y su ejército.

Si esta primera parte del acuerdo sigue sin cumplirse en los términos acordados, tendría que avanzarse hacia las siguientes fases: despliegue de una Fuerza de Estabilización y la esperanza de que pueda llegarse al camino que termine en la creación de un Estado palestino, que tanto Netanyahu como el propio Trump no contemplan, porque tienen otros planes más lucrativos, que es lo que más les interesa.

El pasado 17 de noviembre, el plan presentado por Estados Unidos recibió el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que en un principio parece que puede permitir la reconstrucción de la Franja. Además, la resolución prevé la creación de una “Junta para la Paz” que supervisaría la gobernanza de un comité tecnócrata y apolítico palestino, que sería el encargado de supervisar la reconstrucción de Gaza y la entrega de ayuda humanitaria. Lo que no han dicho es quiénes formarán parte de esta junta y quién la nombraría. Tampoco se conoce qué países aportarían efectivos para esas fuerzas de estabilización (se habla de EE. UU., Francia y el Reino Unido). Tampoco se ha hablado del papel que tendrá en Gaza la Autoridad Nacional Palestina, a la que Trump pide una reforma profunda. El plan prevé la desmilitarización de Hamás y otros grupos en la Franja, algo a lo que se han negado.

Los días pasan, la situación no mejora al ritmo que sería deseable, Israel sigue matando a gente, llega el invierno y esos más de dos millones de personas siguen viviendo en tiendas de campaña precarias, sin estufas, sin ropa, y el invierno supone una amenaza para la salud y la vida de sus habitantes. Mientras, el mundo sigue con su ritmo, como si el tema ya no fuera con ellos. Ahora, en este mes de celebraciones, donde la gente (que pueda permitírselo) “tirará la casa por la ventana”, en un ambiente de celebración y gasto —en algunos casos, derroche—, ahí, en Gaza, la gente solo podrá celebrar que ese día está viva, sin comida suficiente, sin un techo que los cobije, y la única celebración es la de ver que, de momento, respiran en una situación indigna de un ser humano.

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