Llevo una hora escuchando, en bucle continuo, el ‘Capri c’est fini’ que Flavià ha querido usar como epitafio en su esquela. Y tengo claro que quiero despedirme de este valle de lágrimas siguiendo su ejemplo, de la manera más irreverente que se me ocurra. Porque es la mejor manera de abandonar este pequeño planeta miserable, a menudo, y maravilloso, a ratos.