FLAVIÀ, CAPRI C'EST FINI

Llevo una hora escuchando, en bucle continuo, el ‘Capri c’est fini’ que Flavià ha querido usar como epitafio en su esquela. Y tengo claro que quiero despedirme de este valle de lágrimas siguiendo su ejemplo, de la manera más irreverente que se me ocurra. Porque es la mejor manera de abandonar este pequeño planeta miserable, a menudo, y maravilloso, a ratos.

Las dos únicas visitas a un tanatorio en las que no me he sentido fuera de lugar han sido cuando el lunes fui al entierro de Flavià, y cuando acudí a dar el pésame a Tomás Guasch cuando falleció su madre. El sentido del humor de ambos me desarmó y me hizo más llevadera una situación que a menudo me supera.

Guasch, nada más mostrarle mis condolencias, me contó un chiste. Y el gran Tommy N’Kono, mito perico donde los haya, flipó más que yo. Y Flavià hizo lo mismo. De manera interpuesta, con el único tipo de entierro decente. Aquel que desmitifica la muerte e intenta que los que se quedan sufran un poco menos de lo habitual.

Todo el funeral de Flavià fue un canto a la vida. Los vídeos que se proyectaron en el oratorio. Sus audios. Las canciones a capela de Serrat o de Sisa. La imitación de Manel Fuentes. Las palabras de sus amigos. Los aplausos interminables de las centenares de personas que abarrotaban la sala. Fue emotivo. Me sentí triste, por la pérdida. Pero alegre, por compartir su despedida.

Siempre recordaré el último aplauso que le dediqué a Carles. En un tanatorio que, por un rato, se convirtió en un escenario. Como el de la Sala Muntaner del gran Joan Estrada en la que tantas noches Flavià me hizo feliz mientras disfrutaba de su ‘Estado del malestar’. Siempre fue amable, siempre me preguntaba por nuestro RCD Espanyol y siempre tenía una palabra de ánimo. Hasta siempre. Los que nos quedamos en el barro te echaremos de menos.