Las personas cuyo pensamiento oscila entre el blanco y el negro defienden sus posturas de manera inamovible, con una gran rigidez, lo que hace imposible el dialogo con ellas por no estar dispuestas a cambiar de opinión.
La función del buen político debería volver a recuperar el rigor, la pulcritud que tuvo en otros tiempos no tan lejanos. No sirve ya que los dirigentes se rodeen de estómagos agradecidos.