martes, 19 de marzo de 2024 04:47
Opinión

MGTOW, CADA UNO A LO SUYO

Luis Moreno
Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

Mgtow


Con el acrónimo MGTOW (Men Going Their Own Way, u ‘hombres que van a lo suyo’) se quiere significar un fenómeno social originario en las sociedades anglosajonas promotoras de la mercantilización personal. Se refiere a un tipo de hombres generalmente heterosexuales conectados a su cordón telemático y que han elegido una filosofía y estilo de vida que evita las relaciones románticas y, eventualmente, los compromisos legales de convivencia en pareja. 



Los MGTOW (pronúnciese MIG-tau) son poyoyos persuadidos de que ellos mismos son quienes tienen que fijar soberanamente sus objetivos de vida. Y, claro está, tales propósitos deben formularse sin interferencias exteriores femeninas en nombre de un liberalismo emancipador y autosuficiente. En lo que hace a sus relaciones personales prima por encima de cualquier otra consideración el interés propio como norma instrumental de convivencia.



La misoginia tradicional se ha manifestado en diversas épocas de variadas formas. Común a todas ellas ha sido su aversión hacia las mujeres. Ahora los efectos de emulación de estos MGTOW anglosajones se extienden por doquier promocionando la cultura de éxito individualista y el ‘espejismo de la riqueza’. Intervienen en este fenómeno los procesos de automatización y digitalización que están ajustando nuestras formas civilizatorias. Los nuevos poyoyos maximizan en sus estrategias existencialistas los nuevos instrumentos de (des) comunicación digital. “Érase un hombre a un celular pegado”, sería el remedo actualizado del famoso soneto que Francisco de Quevedo dedicó a su adversario literario, Luis de Góngora, en tiempos del llamado Siglo de Oro de la literatura española.



En el mundo de los jóvenes MGTOW lo primero y principal es el “yo” en la circunstancia de su propio habitáculo vivencial, generalmente en la casa de los padres, pero en una dimensión más amplia que se denomina la ‘hombresfera’ (Manosphere). Preceptivo es para ellos la disposición en todo momento de un smartphone o teléfono multifunción ‘inteligente’, artefacto que da significado a sus necesidades soberanas como seres sociales. Son jóvenes, a menudo jóvenes adultos y, en ocasiones, émulos persistentes del siempre imberbe Peter Pan. Rehúyen a las taimadas mujeres porque piensan que les quieren liar y, a la postre, poseerles (sea con o sin matrimonio). En ese mundo infantilizado de niños perennes se pertrechan de una coraza no sólo frente a las que temen como sibilinas casamenteras, sino, por extensión, respecto a todo lo que les imposibilite su ‘sueño’ de autarquía personal.



‘Me basto conmigo mismo’, es su ilusión onanista intocable. Frente al feminismo perturbador, la filosofía MGTOW afirma remontarse al ejemplo de hombres como Schopenhauer, Galileo y hasta el mismísimo Jesucristo. Sus partidarios se apoyan en el juicio de grandes prohombres, tales como Nikola Tesla (1856-1943): “No creo que puedan mencionarse grandes inventos desarrollados por hombres casados. Estar sólo con uno mismo es el gran secreto de la invención. En la soledad es donde surgen la ideas creadoras”.



Mal que les pese, los ‘poyoyos’ MGTOW deben salir de cuando en cuando de su voluntario cascarón existencial. No les queda otra alternativa que moverse espacialmente en nuestras ciudades y hasta hablar con las mujeres en oficinas, fábricas o universidades. Además, al hacer uso de los servicios posibilitados por la comunidad en su conjunto, utilizan, por ejemplo, el transporte público. Y es aquí donde se produce, cada vez más visiblemente, otro fenómeno que los anglosajones han acuñado como manspreading, algo así como ‘despatarre masculino’.



Lectores y lectoras de este diario habrán experimentado, o cuando menos habrán sido testigos visuales, de la forma de sentarse en autobuses o vagones del Metro. Son hombres con las piernas abiertas, ocupando con tales posturas el espacio de más de un asiento. Es decir son nuevos depredadores del territorio que mediante su despatarramiento marcan los límites de su existencia viajera. Al ya generalizado modo de comportarse rebañil de algunos mozos --y también mozas-- de establecer nuevos récords de velocidad al entrar en los medios de transporte a fin de conseguir un asiento sin pararse a pensar en las necesidades de otras personas (se llamaba urbanidad en tiempos no muy lejanos), se une ahora el ejercicio abusivo de quienes tienes las piernas más largas, o simplemente pretenden reafirmar su existencia sin importarles quienes se sienten a su lado.



En algunos autobuses de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT) se pusieron adhesivos en los que se indica que no debe hacerse el manspreading. El autor de este artículo, y más de uno de sus lectores, habrán asistido al lamentable espectáculo de observar cómo algunos jóvenes se pasan el aviso por el forro de la entrepierna, e incluso habrán presenciado discusiones a grito pelado --amenazas incluidas-- porque a algún pasajero se le haya ocurrido reconvenir al impenitente despatarrador de turno. La EMT en su comunicado previo a la campaña de los adhesivos hablaba de comportamiento cívico, algo que crecientemente suena como proclama prehistórica.



Sería reduccionista mezclar las churras de los hombres MGTOW con las merinas de algunos viajeros patanes. Pero subyace en ambos casos un enfoque egoísta de comportamientos que muy poco tiene que ver con un modelo social --como el europeo-- que reclama una puesta en común de políticas y servicios. Se dirá que de estos ejemplos --casi episódicos-- no deberían extrapolarse grandes afirmaciones como, por ejemplo, los riegos de mantener nuestro sistema público de pensiones. Error.



Si damos carta de naturaleza a anteponer la soberanía de nuestras decisiones individuales por el mero autointerés del “ande yo caliente y ríase la gente”, nadie debería extrañarse que los planes de pensiones privadas se hagan cada vez más populares entre los jóvenes. Y que las públicas vayan menguando irremisiblemente. Para un proyecto vital asocial no se necesitan mayores compromisos ciudadanos de vida en común y los individuos despatarrados aspirarán cada vez más a gestionan sus recursos relacionales atendiendo a su único provecho. Algunos pensaran que todo esto es moralina de baja estofa. No estoy de acuerdo.

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