Qué quieren que les diga. A un servidor ya no le impresionan las euforias de Pilar Rahola en Can Cuní hablando del discurso del presidente Artur Mas. Tampoco me dicen nada los aplausos de personajes encorbatados y el puesto serio de un descamisado en primera fila. Menos aún las palabras de una tránsfuga -exconsellera socialista- cuando en televisión, cautiva de admiración, afirma que Artur Mas es un valiente. Nada de esto consigue impresionarme.
Qué quieren que les diga. A un servidor ya no le impresionan las euforias de Pilar Rahola en Can Cuní hablando del discurso del presidente Artur Mas. Tampoco me dicen nada los aplausos de personajes encorbatados y el puesto serio de un descamisado en primera fila. Menos aún las palabras de una tránsfuga -exconsellera socialista- cuando en televisión, cautiva de admiración, afirma que Artur Mas es un valiente. Nada de esto consigue impresionarme. Será por la edad, o por la fatiga generada por hablar del tema patrio tanto tiempo, que mi escepticismo ha crecido hasta niveles insospechados. Sí, he llegado a la conclusión de que, más allá de los mensajes con retórica itaquiana, en el horizonte del país se mantiene la niebla, una niebla espesa y enfermiza. Qué le vamos a hacer. A los que vamos de cosmopolitas por el mundo este año sufrimos la fiebre del escepticismo crítico; incluso nos enfadamos cuando vemos que los que deberían liderar lo que pensamos, prefieren pasar de largo y hacerse el loco, no sea que los echó del 'sistema catalán'.
Bueno, Mas ha movido ficha y más allá del entusiasmo informativo de TV3 y Catalunya Ràdio, convendría apuntar algunos aspectos que resultan preocupantes. Como el que no quiere la cosa, el presidente / candidato a encabezar la lista 'de país' nos pide carta blanca, barra libre, patentes de corso para gobernar Cataluña sin control parlamentario durante casi dos años. Lo hace con la excusa de una negociación con el estado que se prevé dura y pesada. Es decir: el gobierno de los 'mejores' continuará su política de privatizaciones, recortes y sequía legislativa sin tener que soportar sobresaltos parlamentarios ... ¡Qué paraíso! Con una parte de la sociedad civil catalana obsesionada en manifestarse por la independencia, como antídoto a todos nuestros males, y varios comunicadores adictos y apologetas del monotema, todo arreglado. Pero, claro, se puede llegar a intuir que detrás de todo esto se esconde algún que otro tic cesarista, incluso neoperonista si quieren. La sospecha de que asistimos a una deriva populista sin norte debilitará aún más el frágil sistema democrático actual. Penoso.
No me gustan las patentes de corazones, ni la carta blanca ni las barras libres. En política estas prácticas son peligrosas. La estrategia de Artur Mas dinamita la dinámica institucional que es propia de la democracia. Lejos de solucionar los problemas de la sociedad catalana, gestionando correctamente las políticas económicas y de bienestar, nos mete en un callejón sin salida. Pedir al ciudadano fe ciega en un proyecto brumoso, envuelto de mística, es un mal asunto. Esta exigencia de fe en un liderazgo personal con un solo punto programático y su combinación con silencios parlamentarios me inquieta. Recuerda el embrión de momentos históricos poco recomendables.
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