¡No lo puedo creer! Observo con disgusto cómo algunos de mis compañeros de pensamiento político invierten su tiempo en tirarse los trastos a la cabeza. Unos lo hacen mediante escritos pesados de difícil lectura incluso para iniciados. Otros sacan la espada flamígera y expulsan del paraíso (sic) a los ángeles malos y los serafines díscolos. Fin del primer round. Hasta aquí la partida de ping-pong todavía tiene cierto sentido, porque el juego de la réplica y la contrarréplica es saludable. Pero, ¡ay! Mala cosa cuando la legión de silentes afila la pluma para criticar a otros. Sí. ¡No lo puedo creer! No comprendo como algunos, olvidando u obviando el trabajo opositora que se les ha atribuido, derrochan energía criticando los compañeros y buscando de sus allegados un retweet. Y lo que todavía entiendo menos es cómo este bandada de articulistas no se dan cuenta que los verdaderos adversarios políticos les ofrecen, como nunca, ventanas y altavoces para difundir su enojo partidario.
Ni en Cataluña ni en Barcelona estamos en el país de las maravillas. Con la cantidad ingente de errores políticos que hace el ayuntamiento de la ciudad condal, parece mentira que la voz del principal grupo de la oposición apenas se escuche. Con un gobierno de la Generalitat que prorroga presupuestos, que es campeón de recortes, con un presidente cautivo y con un gobierno central fétido ... ¿Cómo puede ser que la pluma, la voz y el pensamiento de algunos entretenga en criticar compañeros?
No lo puedo creer y estoy harto. Haga el favor de ejercer de opositores donde sea necesario intentando que este espacio que ofrecen determinados medios de comunicaciones sea un altavoz para exigir medidas políticas favorables al ciudadano, no para señalar con el dedo y criticar a los amigos.
Conviene que cada uno asuma su rol y su papel en el escenario político de este país que cada vez se vuelve más complejo. Todo el mundo tiene derecho y puede opinar, exigir y matizar, ¡faltaría más! Pero, también es obvio que los grupos que marcan posición y criterio lo hacen desde altas cuotas de unanimidad. Y, por cierto, en los partidos democráticos la unanimidad no proviene de la floritura literaria de un literato relleno de mal humor o despecho, sino de los acuerdos alcanzados tras un debate congresual profundamente democrático. Debate que implica aceptación por parte de las minorías de la decisión de las mayorías, y también el reconocimiento de la autoridad de los órganos de dirección elegidos democráticamente.
Espero y deseo que todos y cada uno de los opinadores que se han prodigado estos días sean capaces, en un futuro inmediato, de defender políticas en positivo similares en extensión y tiempo al empleado en criticar los compañeros.
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