lunes, 5 de mayo de 2025 10:52
Opinión

LAS DOS CARAS DE SYRIZA

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952


Como el primer ministro griego no es tonto, se supone que su decisión de convocar elecciones generales, esta vez, no es un reto a la Troika, sino, más bien, un intento de reafirmarse y sobre todo “sacarse de encima” a sus y muy molestos compañeros de aventura revolucionaria embarcados ahora en unas nuevas siglas de nombre muy de derechas, Unidad Popular, que con 25 diputados dentro, le han sabido llevar la contraria en el Parlamento a Tsipras, dejándolo en el más espantoso de los ridículos ante toda Europa y sus propios conciudadanos.


Hay un tuit que circula en las últimas horas en internet que tiene cierta gracia, pero que es, en sí mismo, un ataque de sinceridad de los que vivimos en el sur de esta Unión Europea tan disparatada. En Grecia, nada de elecciones: que gobierne la Merkel. Lo cual, no deja de ser un canto a la desesperanza en la que malvivimos, por culpa de unos dirigentes insensatos, que en Alemania han perdido la ilusión por sentirse europeos porque les conviene más vivir como alemanes. Se ve, que lo del Pacto de Versalles no les sirvió de nada a los germanos, para aprender en sus propias carnes que a los pueblos no se les debe asfixiar financieramente machacando impunemente su dignidad, porque al final aparece un iluminado y te conduce directamente a la guerra.


Syriza desde que nació tenía dos caras claramente diferenciadas que buscaban ilusionadamente el objetivo común de sacarse encima el yugo de sus poderosos acreedores y como no, el ajuste de cuentas con esa jerarquía millonaria que en su propio país acumula riquezas y poder gracias a políticos corruptos de derechas y de izquierdas que, falseando las cuentas públicas, han engañado a su propio pueblo y al resto de los europeos. Poco dura la alegría en casa del pobre decían nuestros mayores, una frase que viene al pelo para contemplar con cierto pragmatismo esta nueva fase del movimiento Tsipras que muchos votantes levantaron, con no poco esfuerzo, en un país convulso y desesperado.


Lo que se avecina era esperable y hasta deseable para que todo el espectro político griego se recomponga. Todo lo que decida la gente, siempre es bueno, aunque se equivoque. Al final, Grecia tendrá el gobierno que realmente necesita en estos momentos. Sacar partido de estos cambios, para trasladarlos a otros escenarios geográficos, es entender la política como una profesión y no como la vocación por servir a los demás, que “dicen sentir” todos aquellos que juran por primera vez su acta de parlamentario.


Para ser más precisos: a nosotros no nos sirve el actual modelo griego, porque vamos bastante retrasados en el tiempo con respecto a lo que los helenos han pasado y siguen pasando. Los partidos políticos en España se han estancado y lo que tenemos delante de nuestras narices es un suflé de enormes proporciones, gracias, precisamente a los alemanes y sobre todo, a los franceses que nos miran como si fuéramos su espejito mágico al que preguntarle si son todavía tan bellos como cuando mandaba De Gaulle, el de “la grandeur”. Si se rompe el espejito de marras, a nuestros vecinos comenzarán a temblarle las piernas y a sentir un sudor frio en la espalda.


Por eso, y porque hay que tocar fondo de una puñetera vez, si no se nos mete en la cabeza que lo de la economía española es tan efímero como la unidad e Syriza, es casi seguro que acabaremos pasándolo aun peor que los atribulados griegos. Y sino, al tiempo.

 

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