jueves, 25 de abril de 2024 14:03
Opinión

EL EDITOR SE EXPLICA

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

"Quiero que todo el mundo vea lo que nos ha ocurrido en el país al que vinimos a refugiarnos de la guerra. Queremos que el mundo nos preste atención para que puedan impedir que esto les ocurra a otros. Que ellos [sus hijos y su esposa] sean los últimos”, declaró. Su plan ahora es regresar a su país: "Voy a llevarme los cuerpos primero a Suruç [ciudad turca en la frontera con Siria] y luego a Kobane [Siria]. Pasaré el resto de mi vida allí". Abdulá Kurdi, refugiado sirio, padre de Aylan (3 años), Galib (5 años) y esposo de Rihan (35 años), ahogados delante la paradisíaca playa de Ali Hoca Burnen cuando buscaban huir del infierno de la guerra buscarse un futuro entre nosotros.

Les confieso que, como otros tantos colegas, cuando tomé la decisión personal de pedir a la redacción que trabaja en todos los diarios de nuestro pequeño grupo editorial, que se publicaran, con toda su crudeza, las imágenes del cuerpo del pequeño Aylan Kurdi, además de rompérseme la entereza, ignoraba la reflexión que acaba de hacer pública el pobre padre de la criatura que, además ha perdido a otro pequeño de 5 años y a una esposa joven y llena de vida de 35 años ha decidido volver al lugar desde el que partió para “esperar su propia muerte”... Los periodistas, muchas veces, nos tenemos que tragar los sentimientos y someternos a reglas que se dicen éticas para no ”herir la sensibilidad de nuetros lectores”-eso es lo que decimos formalmente- y también preservar la imagen de los más inocentes. Pero hay barbaridades que sobrepasan tanto el límite de lo tolerable que dejan la deontología profesional en ridículo y, por lo tanto, fuera de lugar.


Les confieso que el ser humano pudo al editor ese triste dia, y que la rabia y el asco que vengo sintiendo por lo que los seres humanos sufren y padecen cada día en esa región maldita del Oriente Medio donde unos y otros asesinan impunemente a miles de Aylan o enseñan a sus hijos pequeños a degollar a sus semejantes, hizo de catalizador superpotente de la decisión que luego se tomó. Había que publicar a Aylan con sus zapatitos mojados, su polo rojo y su pantalón corto, tendido como un ángel de la paz en la playa, para que el espanto que sentíamos llegara a quien pudiera aguantarlo. Al final, medio mundo se ha horrorizado y la Europa de los políticos y los mercaderes trata ahora inútilmente de ocultar su propia vergüenza.


Por una vez, uno se siente orgulloso de esta profesión en la que cometemos tantos errores cada día mangoneando con los poderosos o no siendo imparciales en temas por los que mucha gente sufre o lo que es peor, trata de salvar sus vidas. Hoy, al ver a miles de ciudadanos sirios suplicar refugio y ayuda porque en su país los matan o pierden sus hogares, me puedo imaginar fácilmente como la pudieron pasar mis propios compatriotas cuando acabó nuestra guerra civil y trataron también de huir del desastre por vías de tren, en barcos que cruzaron el océano, o andando por las carreteras y los caminos atravesando fronteras, dejando atrás a otros muchos amigos y familiares, que luego eran detenidos, paseados y asesinados de madrugada en las tapias de los cementerios ara luego ser enterrados en fosas comunes o en las cunetas de las carreteras. Aun hoy no hemos conseguido devolverle sus cuerpos a sus familiares. Y no digo nada de las cárceles, porque es obvio que si pudiéramos ver las del Estado Islámico o las de Bashar al-Asad, las nuestras de entonces nos hubieran parecido hoteles de lujo, que no lo fueron por supuesto, como ya “no puede” atestiguar el autor de Vientos del Pueblo que murió en ellas tuberculoso perdidoo o Las trece rosas que las sacaron de presidio para fusilarlas en plena juventud.


De todas las maneras, queridos y pacientes lectores, como ustedes tienen el sagrado derecho de no estar de acuerdo, si les hemos ofendido con la crudeza de la foto publicada del pequeño Aylan les pido disculpas, como también les reitero que lo hemos hecho con plena intención, porque lo que se esta viendo cada día, resulta ya, humanamente insoportable.

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