jueves, 28 de marzo de 2024 23:18
Opinión

EL CAPITÁN BOMBILLA Y EL CHAPAPOTE

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

Mi infancia ourensana está llena de personajes entrañables. Un día de estos, se me olvidarán sus nombres y sus portentosas hazañas y habré perdido la oportunidad de dejarlos escritos para la posteridad y por lo tanto de convertirlos en inmortales. He esperando paciente o indolentemente durante los más de cuarenta años que llevo metido en el oficio de periodista a que alguien lo hiciera por mí, pero veo, que nadie lo ha intentado y lo que es peor, dudo que otro autor con mejor memoria y más talento la haga en los venideros años.


Hoy, voy a intentar que mis paisanos recuerden la tragedia del Prestige, aquel barco fantasma que llenó de chapapote las costas gallegas con 60.000 toneladas de fuel vertidas, que tuvieron que ser limpiadas por los hombres y mujeres de nuestras costas, pero, también, por la marea de solidaridad humana que vino de media España en forma de cuarenta mil voluntarios a los que "nunca mais" debemos olvidar, porque se partieron el alma por Galicia, mientras otro gallego que luego llegaría a Presidente del Gobierno hablaba con la prensa de "hilillos imperceptibles".


Y ese recuerdo quiero asociarlo a uno de esos héroes de mi niñez, el Capitán Bombilla, un ser indescriptible al que jaleábamos cerca del mercado del Puente cuando aparecía completamente desaseado, con un gorro de capitán del ejército español, al que acompañaba un abrigo raido de color indescriptible, y una especie bastón de mando hecho de xestas recogidas cerca de las charcas de la Chabasqueira el día anterior. En invierno dormía en el horno del Camilo, su gran benefactor -Dios se lo haya tenido en cuenta- y hacia uso de furibundas diatribas contra los chavales que hacíamos burla de él llamándole por su nombre de guerra.


A mí, este inocente ser me recuerda mucho ahora al Pobre Capitán Apóstolos Mangouras que dejó hundir su propio barco porque las autoridades portuarias le exigieron que se alejara del puerto y lo colocara geográficamente encima de una sima atlántica, para que el navío, al irse a pique, no dejara huella de su peligroso contenido. Al final, la naturaleza se rebeló contra los ineptos que le dieron la orden y les obligó a gastarse millones de euros tratando de tapar los agujeros del barco con un submarino francés de última tecnología.


Al Capitán Bombilla y al Capitán Mangouras, seguramente, yo me los llevaría a mi casa a descansar de sus fatigas y les dejaría tocar mis libros y abrazar a mi familia. Al cabrón que fletó de mierda líquida del "monocasco" llamado Prestige le metería en la cárcel de por vida y solo le quitaría un mes de pena, por haberle descubierto al resto de los españoles la palabra "chapapote", que tanto hemos empleado los niños de mi generación y que volvieron a resucitar para el Diccionario de la Lengua las víctimas del vertido cuando comenzaron a inundar los telediarios con la dichosa palabra. Si hoy le preguntáramos a aquellos que nos ayudaron a limpiar nuestras costas que fue lo que arrancaron de las rocas o de la arena de nuestras playas, nos dirían, sin lugar a dudas, que ¡chapapote! Hoy mi mujer y mis hijos, ya no se ríen de mí cuando digo que a la carretera llena de baches por la que pasemos hay que echarle chapapote, como han hecho con una sonrisa benévola hasta que apareció el Prestige en nuestras vidas, y eso ¡ya es algo para muchos gallegos dentro lo que fue la gran desgracia de esa catástrofe incomprensible!


El Fiscal quiere reabrir el caso ante el Supremo porque la sentencia se le antoja injusta. A mí también y seguro que lo mismo a los Capitanes Bombilla y Mangourtas, porque, ambos, son gente sencilla y de honor, víctimas de un destino injusto y falaz al que les ha conducido la vida, sin que pudieran hacer nada para evitarlo. Que paguen, pues, los verdaderos culpables y que los políticos que dejaron hace, decidieron mal o que estaban en una cacería sean recordados por los siglos de los siglos como malos gallegos e inútiles "cum laude", y también, y eso es un ruego, que Vds. amables lectores no se me olviden de recordarles a sus hijos que además de Caperucita y el Lobo o la dulce Cenicienta ha existido en el país de nunca jamás un héroe bondadoso de raíces galaicas, al que sus niños podrán acudir siempre que tengan miedo que se llamaba Capitán Bombilla, que aunque no nació en Hollywood, fue capaz de realizar increíbles hazañas que algún día les prometo que me sentaré a escribir para poder contárselas.


In memorian de Don Camilo, el panadero de mi infancia.

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