jueves, 25 de abril de 2024 16:02
Cultura

La arqueóloga Montserrat Menasanch lamenta la pasividad de las instituciones con el patrimonio arqueológico de Vera

El Convento de Nuestra Señora de La Victoria de Vera acogió una conferencia de Montserrat Menasanch de Tobaruela con motivo del V Centenario del Terremoto de Vera (Almería).

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En 20 de julio se celebró en el Convento de Nuestra Señora de La Victoria de Vera (Almería) una conferencia de Montserrat Menasanch de Tobaruela -arqueóloga y colaboradora de la Universidad de Barcelona- con el título: 'El Desierto Reverdecerá. Vera y su Tierra entre el Imperio Romano y el Califato de Córdoba'.


La presentación estuvo dirigida por Julián Pérez Flores, presidente de la Asociación Amigos de El Argar, que organiza este acto junto a la Comisión del V Centenario del Terremoto de Vera, como parte del ciclo 'El renacer de una ciudad', con motivo del V Centenario del Terremoto de Vera, como adelantó Pressdigital.


La depresión de Vera es una cuenca tectónica de 320 Km2 situada al noreste de la provincia de Almería. Se trata de una de las regiones más áridas de Europa, con unas precipitaciones que apenas alcanzan los 200 mm anuales y temperaturas medias de entre 16 y 23 grados centígrados. Aparte de alguna frecuentación esporádica en el Paleolítico superior, los primeros grupos humanos que se establecieron en ella fueron pequeñas comunidades neolíticas agricultoras y ganaderas.


De eso hace unos 8.000 años. Desde entonces, sus tierras han estado pobladas ininterrumpidamente hasta la actualidad. Mujeres y hombres talaron sus bosques, roturaron sus campos, pescaron en sus aguas y explotaron sus minas. Extinguieron especies e introdujeron otras nuevas. Construyeron poblados y los abandonaron. Abrieron caminos y comerciaron. Todo ello dejó su huella en el territorio, unas veces agotándolo, otras regenerándolo.


Vera 2018 09


La época romana marcó un punto álgido en la historia del poblamiento de la zona. El municipio de Baria, en la actual Villaricos (Cuevas del Almanzora), dedicado a la producción de salazones de pescado para la exportación, era la capital de la región, sede de las instituciones políticas, económicas e ideológicas del Imperio. Fuera de la ciudad, unos cuantos latifundios ‒las famosas villas romanas‒ acaparaban las mejores tierras agrícolas y concentraban alrededor de dos tercios de la población.


Sus propietarios poseían lujosas residencias adornadas con estucos, mosaicos y mármoles, y en sus campos cultivaban grandes extensiones de cebada en secano. La población de la depresión nunca había sido tan numerosa, ni volvería a serlo hasta la repoblación del siglo XVIII. La expansión de los territorios agrarios y la presión sobre el entorno se llevó al límite de su capacidad.


Con el desmantelamiento del Imperio romano y el aumento de la aridez reflejado en los modelos climáticos, a principios del siglo V comenzó la "revolución" tardoantigua. Sin instituciones que defendiesen la propiedad, la población se dispersó, y decenas de pequeñas granjas se instalaron en los antiguos dominios de las villas en busca de tierras en las que poder aprovechar el agua de los ríos. Las extensiones de cebada se sustituyeron en buena parte por pequeños campos de trigo. La ciudad se despobló, y en vez de una capital, en el territorio surgieron dos nuevos centros demográficos y económicos: Cerro de Montroy (Villaricos) y Cabezo María (Antas). 


a ventajas del nuevo sistema fueron una mejor distribución de la riqueza y una menor presión sobre el entorno. Su principal inconveniente residía en la dependencia de sus propios recursos y, en particular, del agua. Por eso, la crisis ecológica de los siglos VII y VIII tuvo efectos devastadores que acabaron con el desplome de la población y el abandono de más del 75% de los asentamientos.


Sin embargo, en el siglo IX, con la llegada de nueva población, la presencia del Estado emiral representada por la fundación de una nueva capital en Bayra (Vera) y la construcción de una mezquita, la reorganización territorial, el impulso a la minería y la metalurgia del hierro, la introducción de nuevos cultivos y la expansión del regadío, la población de la depresión de Vera volvió a aumentar tras cuatro siglos de descenso.


A pesar de todas las vicisitudes políticas, el sistema demostró su eficacia y sostenibilidad, y a lo largo de los siglos X y XI creció y se expandió con la creación de asentamientos como la alquería de Gatas o la fortaleza de Cerro del Inox (Turre).


La extraordinaria importancia del patrimonio arqueológico de la depresión de Vera (por poner solo un ejemplo, en ella se encuentra el yacimiento de El Argar, que da nombre al primer Estado de Europa occidental) ha atraído a numerosos investigadores.


A finales del siglo XIX y principios del XX, Luis Siret y Pedro Flores fueron pioneros en la investigación.


En las décadas de 1980 y 1990 se llevaron a cabo numerosos proyectos arqueológicos y paleoecológicos, que siguen formando la base de nuestro conocimiento actual. Desde entonces no se han generado nuevos conocimientos. Por el contrario, en los últimos años su riqueza patrimonial no solo parece olvidada, sino que está siendo objeto de una destrucción a gran escala ante la pasividad de las instituciones. De todas y todos depende proteger nuestra herencia común o permitir que el desierto cultural siga avanzando.





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