sábado, 20 de abril de 2024 07:46
Editorial

El señorito de la Troika y el jornalero griego

Manuel Fernando González Iglesias
Manuel Fernando González Iglesias

A Coruña, 1952

FMI hombres negro 1


Contemplamos estos días el peregrinaje del Gobierno griego por los principales despachos de Europa en busca de auxilio para su pueblo que agoniza lentamente en el lugar en el que nació la Filosofía y donde la razón tuvo su templo más sagrado.


Contemplamos estos días el peregrinaje del Gobierno griego por los principales despachos de Europa en busca de auxilio para su pueblo que agoniza lentamente en el lugar en el que nació la Filosofía y donde la razón tuvo su templo más sagrado. Al contemplar la escena que repiten constantemente todas las televisiones del continente , me viene a la memoria la vieja historia que me contó mi abuelo del Señorito andaluz y un desventurado jornalero que trabajaba de sol a sol y que acabó sus días en un cuartel de la Guardia civil de los tiempos de Garcia Lorca.

Es un relato que seguramente han leído, alguna vez, en esta misma sección, porque me gusta repetirlo, especialmente, cuando, como pueblo, nos creemos que nosotros somos algo mas que alguien y que las desdichas de los demás no pueden alcanzarnos. 


Este jornalero, ya saben, es aquel que trabajando de sol a sol por un mísero sueldo, ve como su familia no tiene para comer y el señorito culpable de su desgracia mata el rato bebiendo finos y tocando palmas hasta que al amanecer, se lo lleva a rastras su capataz, alegando que le ha sentado mal una copa mientras los lugareños sonríen benevolentes ante una escena demasiado repetida pero que aceptan comprensivamente porque sus vidas también dependen del humor y del dinero del cacique. Un día al jornalero, harto de la vida y de todo lo que le rodea entra en la taberna y se bebe una botella de vino barato y se emborracha. 


Cuando lo ven en ese estado, los mismos que le han reído las gracias al señorito durante todos los días de su alegre discurrir por la vida, se indignan y lo echan a patadas a la calle y llaman a aquella Benemérita de la época para que se lo lleve al cuartelillo, donde saben que lo van a matar a golpes porque al fin de cuentas es, dicen, un borracho, un desgraciado y un mal padre y esposo. Los guardias hacen su trabajo a conciencia, y a la mañana siguiente el pueblo tiene una viuda más y dos huérfanos.

Es la vieja historia del señorito y el jornalero, que seguramente le hemos escuchado contar muchos de nosotros a nuestros mayores, porque forman parte de la vida real que ellos padecieron y que les obligó a abandonar a miles su pueblo y su casa para perderse en un lugar lejano e incierto, donde pudieran comenzar una nueva vida. De este tipo de cuentos, en este país sabemos mucho, y en Andalucía, Galicia, Asturias o Extremadura mucho más, sin desmerecer a nadie porque no se les cite.

Hoy el señorito de esta vieja historia podría ser perfectamente la Troika, El Banco Central, La Alemania de la Señora Merkel y hasta la City de Londres, si así lo prefieren. ¿Y el jornalero? ¿El pueblo griego en su conjunto, que según dicen los gobernantes se lo ha gastado todo? Por supuesto, no les digo quiénes son los paisanos que le reían los excesos al señorito de marras. Vds. mismos le pueden poner nombre, porque es muy fácil. 


Y si llegan a la misma conclusión a la que yo mismo llego, saquen de este listado a los desahuciados, a los discapacitados abandonados a su suerte, a los niños de los comedores sin presupuesto, a los enfermos de la listas de espera o a las de las colas de los ambulatorios, a los miles de pobres que acuden a Cáritas a buscar alimentos, a los millones de parados sin esperanza y a cuantos colectivos que consideren que deben figurar en esta larguísima relación de perjudicados por la famosa crisis. 


Cuando acaben. Por favor, miren con simpatía a los ciudadanos griegos que no se merecen, en absoluto, vivir de la manera en la que están viviendo digan lo que digan sus sabios y prepotentes detractores.

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