A mi las monjas me caen bien. La primera maestra que tuve era monja o lo había sido, que no lo tengo todavía claro porque la recuerdo vagamente a mis cuatro años. Lo cierto es que me ayudó con las primeras letras y me preparó para ir a parar a manos de los hermanos maristas que se ocuparon de mi formación hasta los doce años en que abandoné mi Galia natal para irme a Madrid.
A las hermanas, las he visto cuidar de viejos en los asilos, a los que tenían de punta en blanco, aunque se le fuera la mano en eso de la misa obligatoria o el rezo del rosario. Desde que ellas no están, nos cobran en las residencias lo que no podemos pagar y encima nuestros mayores no están tan bien cuidados. También, desde que ellas dejaron de ser enfermeras aquí para irse a los países de la hambruna africana se les echa de menos en los hospitales públicos.
De los monjas sabemos, casi todos, de sus mañas con los dulces y a algunos nos ha avergonzado verlas limpiar el altar durante la consagración de la Sagrada Familia por el Papa, porque siempre creímos que su papel en la iglesia católica ha de ser otro mucho más importante e igualitario. De la vida contemplativa en los conventos nadie nos cuenta nada porque el silencio y la obediencia forman parte de los cotos privados de esas órdenes religiosas.
Ahora, ha aparecido ante nosotros Sor Teresa Forcades, y acostumbrados como estábamos al fundamentalismo religioso de nuestra catolicísima Conferencia Episcopal, no acabamos de llegar a entender sus ideas y poco más, sus propuestas. La última con cargo a la desaparición de los partidos políticos es muy llamativa y plena de sesudas reflexiones de una mujer muy culta y extremadamente inteligente.
No sé si llegaré a compartir lo que dice sobre tan peliagudo asunto, pero lo que si tengo claro es que Sor Teresa ha de jugar a una sola carta y no a las dos con las que aparece y desparece de nuestras vidas. La veo capaz de fundar un partido y dirigirlo hacia la independencia de Catalunya. Pero no la veo haciendo al mismo tiempo de Juana de Arco. Es monja o es seglar. Habla en nombre de Dios o de su propia conciencia. Pero las dos cosas al mismo tiempo, no. Ella lo sabe y seguramente pronto se decidirá a dar el paso que sus seguidores le exigen y que ella misma se ha marcado. Tengamos paciencia.
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