jueves, 25 de abril de 2024 07:10
Opinión

NUEVO LABORISMO, VIEJO LABORISMO

Luis Moreno
Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

No por esperada la noticia ha sido menos sorprendente. ¿Jeremy Corbyn líder del Partido Laborista británico…? Pues sí, los pronósticos se han cumplido de manera inapelable. El hijo de David y Naomi, activistas que apoyaban al gobierno legal y legítimo de la II República española, ha escenificado un cambio ilusionante para algunos simpatizantes laboristas y catastrófico para otros.



El diputado de 66 años por el distrito londinense de de Islington North ha obtenido casi un 60% de los votos en su carrera por la dirigencia laborista. Si triunfo es incuestionable y hasta apabullante. Pero el grupo parlamentario laborista no lo recibirá con salvas y parabienes. Muchos de los diputados provienen de elecciones internas del pasado, y apoyaron --y fueron apoyados-- por el New Labour auspiciado por Tony Blair y sus adláteres. Ahí empezarán, sin duda, sus dificultades para consolidar su liderazgo.



Recuérdese que el Nuevo Laborismo de Blair y su Tercera Vía, fue capaz de imponerse en las elecciones de mayo de 1997, tras casi veinte años de gobiernos conservadores. Se puso fin entonces al dominio electoral Tory iniciado por Margaret Thatcher, la Dama de Hierro cuyo éxito reflejó la rotura del consenso político posbélico que en Gran Bretaña apoyaba al Estado del Bienestar basado en el Informe Beveridge, y que mantuvo el tradicional tejido liberal y tolerante de la sociedad civil británica. El neoliberalismo thatcheriano volvió a poner en vigor la máxima grosera del ‘tanto ganas tanto vales’, legitimando la insolidaridad depredadora y apuntalando el individualismo posesivo.



El nuevo laborismo blairiano gozó de una decreciente popularidad durante el decenio de Tony Blair como primer ministro (1997-2007). Su sucesor en el cargo, Gordon Brown, mantuvo al laborismo en el poder hasta 2010, año en el que los conservadores formaron gobierno de coalición con los liberales demócratas tras las elecciones celebradas en mayo de aquel año. En la última consulta de hace unos meses, David Cameron obtuvo un resonante triunfo al frente de los Tories que supuso la derrota y dimisión del entonces líder laborista Ed Miliband. Las proporciones de la derrota laborista, con su práctica desaparición política del que fue su gran bastión de antaño (Escocia), han propiciado un amplio debate sobre si el nuevo laborismo debería dejar paso al viejo laborismo con el que algunos observadores identifican --equívocamente-- a Jeremy Corbyn.



La contienda de las primarias ha sido en ocasiones áspera por las alegaciones del propio Tony Blair, quien avisó que las posiciones izquierdistas de Corbyn harían imposible la victoria laborista en el futuro. Alastair Campbell uno de su primeros consejeros abúlicos (spin doctors) fue más allá extendiendo certificado de defunción al Labour Party, y reiterando que Corbyn nunca sería primer ministro británico. Éste recordó las posibles responsabilidades de la actuación de Blair como ‘perrito faldero’ (lap dog) de George W. Bush y co-responsable de la Guerra en Irak y los desastrosos traumas provocados con posterioridad, y que hoy se manifiestan en las migraciones internacionales de refugiados. “Esa guerra fue catastrófica, ilegal y nos costó mucho dinero y muchas vidas. Si él [Blair] tuvo alguna responsabilidad y se le acusa de crímenes de guerra deberá responder de ello”, puntualizó Corbyn, el cual ha sabido recoger la simpatía de muchos ciudadanos contrarios a las soluciones bélicas y al patrioterismo guerrero del otrora Imperio Británico.



Además del debate ideológico y estratégico por acercarse en mayor medida al centro político o reclamar su posición ‘natural’ de izquierdas, los militantes del Partido Laborista han reaccionado en clave renovadora tomando en consideración aspectos generalmente despreciados como menores, pero que ahora constituyen una gran preocupación entre los electores en el Viejo Continente. Y es que la honestidad biográfica y la consistencia en los planteamientos y propuestas políticas parecen primar por encima de las autoubicaciones de una clase política autorreferente.



En especial para los partidos de izquierdas, tradicionales valedores de la solidaridad con los pobres y los más desfavorecidos, la incapacidad política de buena parte de las formaciones socialdemócratas europeas es su peor rémora. El New Labour perdió su batalla por hacer ver al electorado británico que la crisis económica y la gran deuda generada no era responsabilidad de los gobiernos ‘manirrotos’ laboristas, sino de una política desreguladora provocada por las entidades financieras y los bancos, a los cuales los propios gobiernos socialdemócratas en Europa han acudido a salvar para mantener el entramado económico mundial.



No pocos líderes laboristas dieron ejemplo de sus ambiciones dinerarias, y el matrimonio Tony Blair se compró, por ejemplo, una casa valorada en 4,5 millones de euros en una exclusiva zona londinense. Los votantes de izquierdas han visto con creciente aprensión como sus propios líderes no hacía ascos a convertirse en millonarios. La estética de prominentes ‘terceristas’ del New Labour se mimetizó con el glamour de ‘triunfadores’, en muy poca sintonía con los estilos de vida de buena parte de sus votantes.



Peter Mandelson, uno de los más preclaros y brillantes colaboradores de Tony Blair manifestó en enero de 1998: “We are intensely relaxed about people getting filthy rich” (Poco nos importa que la gente millonaria se forre de dinero). El diputado laborista, luego Comisario de Comercio de la Unión Europea (2004-08 ) aclaró más tarde que debía añadirse a dicha frase la siguiente apostilla: “… as long as they pay their taxes” (siempre que paguen sus impuestos). Significativamente, y tras una revisión de los planteamiento del nuevo laborismo en su libro The Third Man, sus memorias publicadas en 2010 (‘El Tercer Hombre. La vida en el corazón del nuevo laborismo’), Mandelson denunciaba que los gobiernos del New Labour habían desperdiciado 13 años en el poder representando a la clase dirigente y renunciando a satisfacer las aspiraciones de los trabajadores.



Quien ahora contrarresta personalmente el ‘espejismo de la riqueza’ es el propio Corbyn con su talante de persona ‘normal’ de clase media, a quien no importa viajar en el Metro para trasladarse por la urbe londinense y que puede hacer gala de una cualidad largamente perdida y añorada en la moral política : la coherencia de gestos y modos. 


Naturalmente, su capacidad de persuasión se verá asediada por campañas negativas. Así es el duro --y noble-- oficio del político. De comunista que pretende volver a la panacea soviética a expoliador de la propiedad privada, por su defensa acérrima de los servicios públicos, no son pocas las insinuaciones y abiertas invectivas que ya se le formulan. Cierto es que su apoyo sindicalista es observado con desazón por aquellos que recuerdan el Invierno del Descontento (1978-79), y las imposiciones de aquellas trade unions como la conocida afiliación sindical obligatoria (closed shop), de rememoranzas cuasi-estalinistas.



Esperanzador es que Corbyn, que votó en contra de la adhesión del Reino Unido al Mercado Común (CEE) en el referéndum de 1975, haya proclamado que no quiere que el país británico abandone la Unión Europa. Prefiere quedarse en la UE y luchar por el Modelo Social Europeo. Para ello está dispuesto a hacer pagar a los superricos que se han beneficiado hasta el paroxismo con la crisis, y en especial a los defraudadores y a aquellos que esconden sus fortunas en paraísos fiscales. Se trataría de recuperar 120 mil millones de libras esterlinas para el tesoro, cantidad equivalente a la deuda pública neta a finales de 2013. Habrá que esperar si Labour, con su flamante líder al frente de un eventual gobierno, sería capaz de ponerle tan sonoro cascabel al fiero gato fiscal británico. Y que los votantes le apoyasen, claro está.


Luis Moreno 

Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)


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