Andan los médicos cogiéndosela con papel de fumar para no desconectar los aparatos que mantienen a Andrea cautiva a una vida artificial y de padecimiento que no tiene más sentido que el de quienes creen tener mejor conciencia que los padres de la pobre criatura, sin pararse a pensar en el dolor que causan.
Cuando una madre pide que se deje morir dignamente a una hija, nadie en este mundo absurdo puede saber lo que siente esa mujer que pierde en esa súplica una buena parte de su alma y, sobre todo, lo mejor de su existencia. Decirle que no y alargar su sufrimiento es, a mi entender, una auténtica barbaridad y un sinsentido profesional.
Miren, señores que no acaban de decidir, Andrea es un ángel inocente y puro y solo se entiende su presencia para un creyente católico en el lugar que le corresponde, que no es otro que en la memoria de sus padres y en ese paraíso eterno y dichoso que es donde se encuentra un Dios bondadoso y que seguro lo tiene bastante más claro que los que ahora mismo dudan y marean la perdiz.
Ojalá Andrea nos perdone a todos por ser tan estúpidos y pronto pueda ser eternamente feliz, mientras sus padres recuperan su vida, en la que estoy seguro siempre estará la niña a la que tanto han amado y por la que tanto han sufrido.
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