jueves, 28 de marzo de 2024 13:03
Opinión

CC.OO. CELEBRA LOS 40 AÑOS DE LA ASAMBLEA DE BARCELONA

Joan Carles Gallego
Joan Carles Gallego
Secretario general de CCOO de Cataluña

El 11 de julio de 1976, hace 40 años, en la iglesia de Sant Medir en Barcelona se reúne, de forma clandestina, la Asamblea de CC.OO. Convocada en Madrid el mes de junio, en la Ciudad de los Muchachos, el Gobierno prohibió la celebración. Los sindicatos no éramos legales. A pesar de que el mes de abril se había autorizado la celebración del Congreso de otra organización sindical, la autoridad "competente" consideró ilegal la asamblea de CC.OO., donde 2.000 delegados y delegadas elegidos en empresas, sectores y territorios iban a debatir la posibilidad de constituirse en sindicato de clase, democrático, unitario e independiente. Aquel 1976 el régimen, todavía vivo, introducía todo tipo de dificultades a la consolidación de CC.OO. y favorecía la dispersión sindical en un esfuerzo por evitar la unidad sindical. 


El movimiento obrero organizado en comisiones obreras era un movimiento sociopolítico, de masas y reivindicativo que, al tiempo que organizaba la lucha por la mejora de las condiciones de trabajo y de vida, reivindicaba las libertades democráticas y la amnistía política; por eso los conflictos colectivos, las protestas y las huelgas habían sido el principal elemento de erosión de la Dictadura. Muchos de los militantes de CC.OO. fueron detenidos, torturados y encarcelados después de pasar por el Tribunal de Orden Público (TOP).



Hacía poco más de medio año que había muerto el dictador, después de un largo y patético proceso de intubación para mantenerlo artificialmente vivo. Era como si la Dictadura fuera consciente de que con la muerte del dictador el régimen implosionaría, cruzado de múltiples contradicciones generadas por procesos de movilización crecientes, protagonizadas en buena parte por el movimiento obrero que representaban las CC.OO., pero también por el mundo de la cultura, por el movimiento estudiantil, por los movimientos vecinales. Por eso aquel 1976 las manifestaciones del 1 de mayo también se prohibieron y los días previos se produjeron un mínimo de 1.000 detenciones (según The Times) por "presunción delictiva". 


Las clases dominantes, en medio de una crisis económica, estaban cada vez más aisladas; la carencia de homologación democrática del país les dificultaba el acceso a marcos internacionales que les ayudaran a superar la crisis. Cada vez más sectores veían inaguantable que cualquier conflicto social se convirtiera en conflicto de orden público y en conflicto político. Aquel 1976, las movilizaciones obreras y sociales fueron crecientes: huelgas, manifestaciones, cierres, se sucedían y generaban un clima de ingobernabilidad y aislamiento del régimen. Aquello que se quería "atado y bien atado" se demostró que no lo estaba tanto y se empezó un proceso de regeneración del régimen, con tímidas aperturas, reconocimiento de derechos de reunión, de asociación.


El 24 de abril de 1977, el sindicato CC.OO. se legaliza y a finales de junio celebra su primer congreso. Previamente, en enero y febrero de 1976 grandes manifestaciones en grandes ciudades del Estado reclamaron con fuerza la reivindicación arraigada socialmente de amnistía política, se legalizaron los partidos políticos, incluido el PCE, se perpetró la matanza de los abogados de Atocha en enero de 1977 y hubo miles y miles de luchas, huelgas, movilizaciones, en las cuales participaron millones de hombres y mujeres en todo el Estado, para exigir derechos y libertades. Pero a pesar de legalizar los sindicatos, aquella primavera de 1977, la plenitud de derechos sindicales no ha acabado de reconocerse y lograrse en este país. 


El encausamiento de 300 sindicalistas por ejercer el derecho de huelga, la exclusión de derechos sindicales en las empresas de menos de seis trabajadores, el nulo reconocimiento, en muchos ámbitos, de los espacios de concertación y diálogo social preceptivo, etcétera, evidencian que la libertad sindical sigue siendo cuestionada por los poderes reales de este país. Sería bueno que alguien de los interpretadores interesados de la historia de la transición explique por qué el sindicalismo fue la última pieza que se encaja en el entramado democrático. Podría ayudar a entender por qué cuando apuntan vientos de regresión en derechos y libertades buena parte de las contrarreformas legales limitan el campo de acción del sindicalismo democrático y representativo.


Han pasado muchos años desde aquel 1976, pero tenemos que mantener viva la memoria y reivindicarla. Quien pierde los orígenes pierde la identidad, pero también quien pierde la memoria pierde el futuro y su propia razón de ser. No para instalarnos donde estábamos, sino para repensar cómo avanzar en una revolución democrática que nos permita salir de la enorme desigualdad y precariedad que la desposesión neoliberal ha impuesto. Los poderes económicos imponen la lógica del individualismo en las relaciones laborales y de la mercantilización en las relaciones sociales; por eso niegan el trabajo como hecho político y democrático, sujeto de un conflicto que construye derechos y tutelas colectivas. Cuando se nos propone un escenario de empleo degradado y vidas vulnerables, tenemos que repensar cómo de nuevo el sindicalismo conquista el trabajo realmente humano. 


Frente al estás solo, trabajas solo, negocias solo, tenemos que seguir oponiendo este "uno no es nadie" (de la obra pictórica y poética de Antoni Tàpies y Joan Brossa), que es la razón de ser del sindicalismo. Un sindicalismo constructor de derechos y garante de tutelas. Una organización autónoma, "de" trabajadores, no "por los" trabajadores y trabajadoras; independiente, de los poderes económicos y políticos; de clase, que supere el aislamiento y la insolidaridad del corporativismo; reivindicativa y sociopolítica, que dispute el reparto de la riqueza que el trabajo crea al mejorar las condiciones de trabajo y de vida. Hoy, recordar la asamblea de 1976 no es añorar, es reivindicar la acción solidaria, la propuesta igualitaria y la organización unitaria. 


Repensar el sindicalismo es mantener la conciencia que nos necesitamos todas y todos juntos y organizados ante la injusticia, la opresión y la explotación. Y, a partir de aquí, organizarnos más y mejor, proponer nuevos derechos de trabajo y de vida, establecer estrategias de presión, masiva, unitaria, y establecer marcos de negociación y concertación donde concretar las medidas y acciones que nos hagan avanzar.



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