Un servidor de ustedes no es ex ministro, ni ex magistrado del Tribunal Constitucional, ni tan siquiera un filósofo renombrado o un escritor de éxito. No es nada de eso. El que suscribe estas líneas es un ciudadano enojado por el deterioro de la vida política y por la incapacidad de algunos para encontrar la salida del embrollo.

Es por esa razón, y unas cuantas más, que me siento representado por el grupo de personalidades que ha hecho pública la declaración que lleva por título: ‘Manifiesto a los diputados electos’. Me he adherido a ese manifiesto porque urge a los políticos en activo a poner fin a la deprimente interinidad que vive el país y amenaza con perpetuarse.

He suscrito ese manifiesto porque considero que regresar a las urnas este invierno sería un duro golpe para la credibilidad de la política, que la sensación de provisionalidad es pienso barato para alimentar todo tipo de populismos y demagogias. He rubricado ese manifiesto por lo que dice y por lo que no dice pero se aprecia.

A saber: la bisoñez y falta de oficio de los principales protagonistas de la política española para estar a la altura de las circunstancias. Deviene patético lo observado en el Congreso de los diputados estos últimos días con sus tejemanejes y componendas.

La política española y catalana supura una mediocridad hecha de argumentos endebles y contradictorios, trufada de frases hechas y reacciones previsibles. Tan esperpénticos son los que, en el Parlament de Catalunya, repiten el mantra ‘tenim un mandat’, como lo son las triquiñuelas para elegir la presidencia del Congreso… Da pena señoras y señores, da pena.

En pocas palabras: He firmado ese manifiesto porque somos muchos los preocupados por la situación y muchos más los que, desde el silencio, están hartos. Resuelvan sus peleas, refundaciones y trifulcas de partido en casa; limpien la política de corruptelas; no echen más porquería a la ciénaga, pongan en marcha las instituciones…

De lo contrario llegaré a pensar que estamos en manos de gente que no ha pasado la nota de corte exigida para gobernar, o aspirar a hacerlo.