Jesús Casquete, profesor de la Universidad del País Vasco, ha escrito una magnífica monografía sobre las SA durante la república de Weimar. Las SA eran las tropas de asalto, o el servicio de orden del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), fueron fundadas en 1920, recién formado el grupúsculo ultranacionalista y antisemita que liderara Hitler. El objetivo de los esvásticos era agitar emociones, adueñarse de la calle y luego del Estado, y comenzaron por denominarse ‘Sección gimnástica y deportiva’. Entre sus consignas estaba la de “ser portadora de una mentalidad de defensa del pueblo”. ¡Cuántas ironías nos depara la historia! El poder del cinismo y sus eufemismos.
El título del libro que cito es Nazis a pie de calle (Alianza). Tiene un capítulo dedicado a los cristianos alemanes que es el que hoy me interesa referir aquí. En 1923, antes de su intento de golpe de Estado en Múnich, Hitler escribió un artículo de prensa donde afirmaba que “según la cosmovisión cristiana, la nación, la supuesta unidad racial del pueblo, no tiene valor absoluto ni necesario”. Sí, es cierto y es razonable. Dice el profesor Casquete que si bien la jerarquía católica alemana no se destacó por oponerse al nazismo, nunca tuvo una corriente filonazi: “En contraste, en el seno de la iglesia protestante, la toma del poder de Hitler fue celebrada por muchos como un regalo divino”, y se toleró la fusión de teología y política.
En Prusia, el partido nazi promovió en 1932 tomar el control de la Iglesia Evangélica y copar los consejos parroquiales: “¡Conquistad vuestras iglesias y llenadlas con el vivo espíritu cristiano de la nación alemana rediviva!”. No podían ser cristianos sin más; solo podían ser cristianos alemanes. La asociación ‘Cristianos Alemanes’ (DC) tenían un escalafón: primero la patria, y luego Dios. Fueron, dice nuestro historiador, “el caballo de Troya de los nazis para hacerse con las riendas de la iglesia protestante en Alemania”.
Aduce el dato de que en Berlín el 40% de los párrocos se sumaron a los DC, la mitad de los cuales estaban además afiliados al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Lo sagrado y lo profano se solapaban, “los símbolos nazis y los religiosos compartían espacio”. En numerosas parroquias ondeaba la esvástica, presente hasta en los altares. Imagine… “sin infierno debajo de nosotros”.
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