martes, 19 de marzo de 2024 12:40
Opinión

¿POR QUÉ UNA PARTE DE CATALUÑA QUIERE SEPARARSE DE ESPAÑA?

Javier Paniagua
Javier Paniagua
​Catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED (jubilado)

Catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED (jubilado en septiembre de 2016). Ex diputado del PSOE en las Cortes Generales por Valencia durante 4 legislatura (1986-2000). Último libro publicado: "De la socialdemocracia al PSOE y viceversa" (Cátedra-2016).

UN INTENTO DE EXPLICACIÓN RÁPIDA


Manifestacion separatista barcelona


He tenido la ocasión de intervenir en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander sobre la deriva de Cataluña y analizar lo que ha supuesto el catalanismo a lo largo de los siglos XIX, XX y lo que va del XXI en un curso dirigido por Ricardo García Cárcel.


Muy pocos hasta hace tres o cuatro años creían en la situación creada ahora en Cataluña con el llamado “procés” hacia la independencia.


Era un tema que una mayoría de españoles suponía como una opción sin suficiente respaldo social y ya despejada hacía un futuro lejano en el nacionalismo catalán. Le oí una vez a Tarradellas afirmar que Cataluña había intentado crear un pre-estado desde la revolta de 1640, la Guerra dels segadors, hasta que se separó de la corona española Portugal, pero no lo consiguió.


Lo intentó de nuevo en 1714 en la guerra de Sucesión cuando la monarquía borbónica se instaló en España y comenzó un periodo de unificación política que culminaría en la revolución liberal del siglo XIX con las consiguientes guerras carlistas que reivindicaban, entre otras cuestiones, los antiguos fueros de los antiguos Reinos peninsulares.


Lo intentaría de nuevo en 1873 con la proclamación de la República federal, y también durante la II República con la proclamación de la República catalana en 1934 y 1936. Los militares sublevados, con Franco a la cabeza, tuvieron en ello una justificación clave en su levantamiento. Habían sido durante todo el siglo XIX el aval de la unidad del Estado y en varios periodos dirigieron el Consejo de ministros (Espartero, Narváez, O´Donnell, Prim…).


Por lo tanto, concluía Tarradellas que no había más remedio que pertenecer a España e intentar combinar la peculiaridad catalana con el resto de territorios españoles. Volvía así a la reclamación de un Estatuto que se concretó después de la aprobación de la Constitución de 1978.


Para facilitar las peculiaridades nacionales vasca y catalana, y en parte la gallega, es decir las que en la II Republica iniciaron la vía estatutaria, cuyos movimientos nacionales a largo del XX tuvieron fuerza social y política, se extendió el sistema autonómico a toda España y así, por una vía rápida, u otra lenta, se constituyeron 17 comunidades autónomas que en la actualidad tienen parecidas competencias y han ido asimilando y proyectando sus peculiaridades en todos sus ámbitos.


Algunos teóricos ven en el sistema español un modelo con elementos parecidos a los estados federales, o un camino hacia el federalismo puesto que todavía el gobierno y el Parlamento del Estado tenían atribuciones sobre los “estados autonómicos” y no existían plataformas donde se debatieran las cuestiones de las Comunidades Autónomas antes de recurrir al Tribunal Constitucional.


El termino federalismo desapareció del debate constitucional por las implicaciones históricas y políticas negativas que para muchos tenían, pero se alegaba que las Autonomías iban en camino de constituir una Federación puesto que el nivel de descentralización era igual o mayor que en muchos estados federales existentes, cuyos modelos son muy variados, y no todos coinciden con Alemania, EEUU Canadá o México.


Se podía interpretar que se partía de un estado unitario y centralizado para finalizar a la larga en uno federal, al contrario de lo que había pasado en los estados federales que se habían constituido a partir de núcleos distintos que se unían para constituir una federación y establecer elementos de organización comunes.


La supuesta pluralidad de España podía articularse por este mecanismo de Autonomías, y así ha ido funcionando en estos casi 40 años. (véase el libro de José Antonio Piqueras, “El Federalismo” Madrid-2014).


Pero el catalanismo ha evolucionado desde la aceptación del modelo al rechazo del mismo. Un movimiento nacido con la Renaixença en el siglo XIX que se expandió en muchos sectores sociales y que tuvo opciones políticas diferenciadas, a derecha e izquierda.


Al principio tuvo la pretensión de intervenir y encausar la política española, a la que consideraban sometida a un estado atrasado con poca sensibilidad a las realidades económicas y sociales de una España moderna y plural. Cambó fue un representante de esta corriente. Pero después, con Esquerra Republicana, se consolidó la tendencia de ya que no podemos reformar España dediquémonos a nuestro territorio y apliquemos en él nuestra política con la consolidación de nuestra lengua. 


Eso fue al principio lo que ocurrió con el Estatut de 1932, a pesar de las polémicas y reticencias que produjo en el resto de España. Hasta que llegó la confrontación entre el gobierno de la República y el de la Generalitat en tiempos del periodo radical-cedista.


Consideraron que no podían realizar su proyecto político propio y declararon la Republica Catalana en 1934 y 1936. Los militares no lo permitieron y crearon un régimen basado en la eliminación de cualquier disidencia política y territorial. La Iglesia católica y el españolismo conservador contribuyeron a esta causa.


Curiosamente si se lee el testamento de Franco lo único que destaca es la unidad. Ninguna alusión al liberalismo y a los partidos políticos a los que tanto había denigrado en su largo mandato.


La Constitución de 1978 comenzó bien, pero de nuevo al cabo del tiempo el catalanismo autonómico ha desembocado en la independencia. 


Los problemas financieros de su contribución con el 18% del PIB español, la aparición de una corrupción sistémica en la clase política que había gobernado más de 30 años y la reafirmación cultural con una lengua que se pretende hegemónica para Cataluña, ha contribuido a avivar una tradición histórica y una realidad social y cultural para reclamar una financiación propia por considerar injusta lo que contribuía a la economía española y lo que recibía (reivindicación parecida a la de La Liga Norte de Italia), un deseo de desentenderse de la judicialización de los casos de corrupción pues consideran que ello era una persecución contra Cataluña porque se argumenta que en el resto de España era igual o superior, y una política lingüística considerada incompatible con la oficialidad del castellano, ya que se achaca a las elites madrileñas, y en general al resto de España, la escasa sensibilidad para entender la preponderancia del catalán y su cultura a pesar de las declaraciones de confraternización (algo parecido a lo que ocurre entre valones y flamencos en Bélgica). Para algunos sociolingüistas catalanes pueden existir personas bilingües pero no pueblos bilingües.


Desde los años 60 y 70 del siglo XX se ha estudiado y debatido profusamente en España y en Europa qué es una nación, las relaciones entre nación y Estado, de qué manera crece y se consolida un movimiento nacionalista, cómo se crea un imaginario colectivo, una tradición inventada, cuáles son sus bases sociales y cómo se reivindica.


La cantidad de artículos y libros llena varias bibliotecas porque desde el siglo XIX hasta la fecha han existido tres olas de movimientos nacionalistas europeos: el de Italia y Alemania entre 1860-1871, el de 1914-1919 con la fragmentación del Imperio Austro-Húngaro después de la I Guerra Mundial y la independencia de Irlanda, y el tercero después de 1989 con la caída del muro de Berlín, la guerra de Yugoslavia y la desmembración de la URSS.


Cataluña lo inició en la segunda ola y pretende solucionarlo en la tercera. Y además su movimiento nacionalista surge como un caso especial en Europa: es la zona de España donde se dio la revolución industrial con mayor fuerza como en aquellas zonas de los países europeos, pero al contrario que otras zonas europeas (Londres, Berlín, Paris, Estocolmo) no dirigió el Estado moderno, aunque lo intentó, y, en ocasiones, lo aprovechó para proteger el mercado sobre el que actuaba como lo hicieron los prusianos en Alemania.


El proteccionismo fue una práctica común en la Europa continental para fortalecer su producción ante la competencia de otros. El librecambismo industrial se impone cuando hay posibilidad de competir.


En todo caso, Rajoy, hasta ahora, ha empleado una táctica prudente a pesar de las críticas recibidas, y no ha entrado al trapo como lo han hecho en otras épocas los gobiernos españoles. Sabe esperar ante voces que le exigen mano dura e intervención inmediata para abordar lo que Michael Billig ha llamado el “nacionalismo banal”, lleno de símbolos, banderas y creencias, pero en realidad poco conocedor de las repercusiones sociales y económicas de romper un Estado en una zona donde existe también una fuerte conciencia española. Tendrá al final que decantarse.


El nacionalismo puede compararse a la ELA; un cerebro capaz de razonar y analizar con rigor todas las perspectivas intelectuales, y unos músculos que actúan por su cuenta, sin control.



Javier Paniagua. Catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED (jubilado en septiembre de 2016). Ex diputado del PSOE en las Cortes Generales por Valencia durante 4 legislatura (1986-2000). Último libro publicado: "De la socialdemocracia al PSOE y viceversa" (cátedra-2016)

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