Había buenas razones para pensar que Catalunya no podría constituirse como estado independiente en forma de república, por muchas veces que la ajustada mayoría de diputados secesionistas en el Parlament –72 de 135 que representaban al 47,7% de los votantes– aprobara resoluciones y leyes inconstitucionales y diera por iniciado el proceso constituyente, y por muchas veces que el gobierno de la Generalitat se empeñara en declarar constituida la república catalana, nadie sabe si simbólicamente o de veras, tras celebrar con nocturnidad y alevosía una consulta ilegal (1-O), en la que tampoco nadie sabe quién votó ni cuántas veces. Resultará difícil de borrar de la retina la imagen del gobierno de la Generalitat y los diputados del Parlament saltándose la Constitución y el Estatut que los legitimaban y pretender al mismo tiempo dar por ‘legítimo’ el resultado.
La primera causa del fracaso del secesionismo es que, al no contar con un respaldo social aplastante, el intento de llevar el órdago al Estado hasta sus últimas consecuencias ha acabado por despertar a la mayoría silenciosa que había permanecido entre anestesiada y atemorizada durante las últimas décadas. El poder que otorgaba a la Generalitat el control de los presupuestos del sector público en Catalunya, sin prácticamente interferencias del Estado, permitió a los dirigentes del Gobierno, Diputaciones y Ayuntamientos desplegar sus redes en la sociedad y ejercer un control casi omnímodo sobre los medios de comunicación (prensa, radio y televisión), los itinerarios escolares y los libros de texto, los órganos rectores de las Universidades, las organizaciones sindicales, los colegios profesionales, las asociaciones culturales y educativas, etc.
La capacidad casi ilimitada de proporcionar empleos bien remunerados y facilitar el acceso a subvenciones y contratos fueron los mecanismos utilizados por la Generalitat para ir comprando voluntades y marginando simultáneamente a cualquier ciudadano, empresa o asociación que mostrara tibieza o entorpeciera sus designios soberanistas. La situación empezó a cambiar el 30 de septiembre, cuando la mayoría que callaba y aguantaba rompió su silencio con un sonoro ¡basta ya!, y salió a la calle para reivindicar el ordenamiento constitucional y exigir responsabilidades a los golpistas. Esperemos que este cambio tenga consecuencias en las elecciones del 21D.
La segunda razón del fracaso cosechado por la Generalitat es la soberbia de los líderes nacionalistas, esa suerte de impostado supremacismo que les alienta y acaba haciéndoles creer que son el ombligo del mundo, cuando en realidad Catalunya es bastante poquita cosa: 7,4 millones de habitantes que generan el 1,5% del PIB de la UE. Dejando al margen las chuscas historietas que atribuyen al genio catalán desde el nacimiento de la democracia hasta el descubrimiento de América, pasando por la autoría de El Quijote, lo cierto es que los líderes secesionistas contaban con que la UE obligaría al Gobierno español a sentarse a negociar las condiciones de la independencia, en cuanto ellos la declararan. Cualquier persona con conocimientos elementales sabe que la UE es un conjunto de Tratados –en los que ha ido estableciendo con minuciosidad las funciones y reglas por las que se rigen cada institución–, y podía haber anticipado que la UE jamás aceptaría la secesión ilegal de una región de un Estado miembro. Y así ha sido. Los líderes del Parlamento, el Consejo y la Comisión la han rechazado con contundencia, y ni un dirigente de un solo Estado miembro ha hecho el más mínimo gesto de complicidad. Despechados y contrariados, los dirigentes secesionistas se dedican a denigrar también a las instituciones europeas en Bélgica.
La tercera causa del fracaso de la operación salida es la fuerte dependencia económica de Catalunya del resto de España (RDE) y del resto de la UE (RUE). El auge de la economía catalana durante los tres últimos siglos se explica por el acceso de sus comerciantes y empresas al mercado español (incluidas las colonias) donde colocaban sus manufacturas y bienes industriales, un mercado protegido por prohibiciones y aranceles hasta la puesta en marcha del Mercado Único en 1992. Aunque el comercio se ha diversificado considerablemente desde entonces, y Catalunya exporta bienes y servicios tanto al RDE como al RUE, la situación de dependencia no ha cambiado en lo esencial. En caso de secesión, Catalunya quedaría excluida de la UE y los tratados dejarían de aplicarse desde ese mismo instante y sus exportaciones a sus dos principales mercados podrían registrar caídas muy severas. En otras palabras, la economía catalana resulta, hoy por hoy, inviable fuera de la UE, máxime habida cuenta que muchas de las sociedades radicadas en Catalunya que invierten, producen y exportan son empresas de la UE.
Catalunya se encuentra en estos momentos en una situación crítica. La creciente inestabilidad política e inseguridad jurídica que fue acumulándose desde las elecciones del 27-S se precipitó a principios de octubre y ha desencadenado el éxodo masivo de casi 3.000 sociedades, incluidas las principales entidades financieras y aseguradoras y empresas no financieras. Se ha resentido el turismo y las últimas cifras de afiliación a la SS y paro registrado tampoco han sido buenas. Por si todo esto fuera poco, Catalunya tiene una administración pública sobredimensionada y ha acumulado 72.532,3 millones de deuda con la Administración Central desde 2012. Todo un record de mala gestión que amenaza el bienestar de los catalanes a los que recomiendo que no se dejen embaucar por los cantos de sirena del interminable viaje a Itaca y presten sus oídos a la ‘soleá’ de Pepe el de la Matrona –dos de cuyos versos encabezan este artículo–, porque como Babilonia quizá Catalunya se hundió porque le faltó el cimiento.
Artículo publicado originalmente en catalunyapress.es
Perfectamente encajado este artículo en la sección de opinión, pues es totalmente lo que muestra: su opinión. Una opinión totalmente parcial, como lo son todas las opiniones. No obstante, no debería incluir como argumentos de su opinión falacias o supuestas verdades no demostradas, pues le restan credibilidad. Decir que en la consulta del 1-O no se sabía quién votaba ni cuántas veces es una falsedad. Existía un sistema de control mediante un censo universal en el que quedaba registrado el votante, por lo que era difícil votar varias veces. Digo difícil, que no imposible, porque hubo varios ciberataques a dicha web que propiciaron pequeñas ventanas en las que el sistema no funcionó correctamente, durante las cuáles en la mayoría de los colegios se detuvieron las votaciones, pero es cierto que en alguno continuaron realizando un registro manual, lo que podía permitir votar varias veces en distintas mesas. Pero teniendo en cuenta las colas de 3 y 4 horas para votar, no creo que fueran muchos los votos dobles. Y seguro que no hubo más votos irregulares que en cualquier otro día de elecciones nacionales. Respecto a lo que usted comenta del adoctrinamiento en aulas, medios de comunicación y demás parcelas controladas por la Generalitat, debo decirle que está lejos de la realidad. Siendo usted catedrático en una Universidad Catalana, debería ser bastante consciente de la situación real, al menos en el ámbito de la educación. ¿Es posible que algún maestro adoctrine? Por supuesto. Yo tuve maestros republicanos y tuve maestros de derechas; ninguno de ellos ocultaba su orientación política y cada uno tendría su repercusión en mi educación política. Pero decir que el adoctrinamiento se ha realizado de manera sistemática es falso, salvo que considere usted estudiar en catalán como una suerte de control mental sobre los niños catalanes. En cuanto a los medios de comunicación, se ha demostrado con creces que la televisión catalana ha sido la más imparcial en cuanto al tema del secesionismo, incluyendo en su parrilla opciones de los dos extremos, debates en los que todas las opciones estaban representadas, y ofreciendo un tiempo en pantalla similar a ambas opciones. Algo que, por cierto, no se ha visto en ninguna otra cadena española. Porque el problema radica precisamente ahí: en la paridad. Puede que la independencia sea algo ilegal en el marco constitucional actual, pero no lo es su ideología, por lo que debería poder hablarse en cualquier medio como del liberalismo, el comunismo, el socialismo, o cualquier otra corriente política. En cuanto a la fuga de sociedades, vuelve usted a mentir, no se si a propósito o por desconocimiento. Más de 3000 sociedades iniciaron el trámite para trasladar su sede fiscal fuera de Catalunya, sólo cerca de 300 lo completaron. Por tanto sólo 300 han trasladado su sede fiscal, que no es lo mismo que "irse" de Catalunya, puesto que las instalaciones, los empleos, siguen estando en el mismo lugar. ¿O ha visto usted cerrados los dos edificios de Caixabank de la Av. Diagonal, donde tienen sus oficinas? Otra falsedad: hablar de la mayoría silenciosa que salió a la calle el día 30 de septiembre. Según el Gobierno central, fueron 15.000, según la Guardia Urbana, 5.000. Como ve, en ninguno de los casos se trata de una mayoría, y más teniendo en cuenta que centenares de autobuses fueron fletados desde Madrid y Valencia para asistir. Pero el juego y la mentira de las mayorías, tanto de un lado como del otro, tiene una fácil solución: una consulta real, legal y legítima. Pregunten al pueblo qué quiere, al fin y al cabo el gobierno está para servirnos, no al contrario. Y he dejado para el final el campo económico, porque veo que es el campo en el que usted trabaja y estoy seguro que sabrá mucho más que yo. Usted está sesgando datos de nuevo de forma parcial. Decir "Catalunya es poca cosa, sólo el 1,4% del PIB europeo" no es decir toda la verdad, también es "sólo" el 21% del PIB español. Hablar de la deuda de Catalunya con el Gobierno central, sin hablar de desequilibrios en las balanzas de pagos, de presión fiscal sobre catalanes comparada con el resto del país, de coste de vida, precios de alquileres, etc. es algo totalmente subjetivo, algo impropio de alguien que firma como "analista". Después de leer su artículo, y sabiendo que se dedica usted a la docencia, sólo me cabe pensar que el adoctrinamiento sí existe en Catalunya, pero no del que nos quieren hacer creer.
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