Estamos hablando, escribiendo y opinando cada día de la política y de todo lo que la rodea, o lo que es lo mismo, de los actores de ella: los políticos, que andan enfrascados en sus batallas para conseguir votos. En demasiadas ocasiones se olvidan de lo que realmente necesitan los ciudadanos, de las cosas que mejoran la vida de ellos. Son tantas, y algunas con soluciones sencillas, que parece impensable que no busquen resolver esos temas.
Desde hace ya algún tiempo, motivado —dicen— por los conductores irresponsables, se han puesto en el asfalto de calles de las ciudades “reductores de velocidad”: badenes, resaltos o túmulos. Estos dispositivos son elevaciones artificiales en el asfalto cuyo objetivo es el de reducir la velocidad de los que gustan demasiado de pisar el acelerador, sin tener en cuenta que no están en el circuito de Montmeló, más conocido como el circuito de Catalunya, sino en una calle.
Las medidas las justifican los ayuntamientos y organismos competentes para que los “Fittipaldis” reduzcan la velocidad y no se pasen. Una medida que en un principio podría parecer lógica, si se hicieran las cosas pensando en las personas y en los efectos que ello conlleva. Algunos de estos “artefactos” destrozan a las personas que tienen problemas en la columna, sin olvidar tampoco los amortiguadores de los coches, que con demasiada frecuencia tienen que pasar por el taller.
Los reductores de velocidad en principio no son malos, sirven para frenar a los imprudentes, afirman. El problema viene cuando los resaltos o túmulos, realizados de caucho u otro material, provocan que, al pasar por encima de ellos los vehículos, por muy despacio que vaya, el salto produzca dolor a las personas que tienen dolencias en alguna parte de la columna. Cada vez que eso ocurre, es un sufrimiento para ellas, un problema de salud crónico
Sin embargo, cuandoinstalan badenes de hormigón, su paso es mucho más suave: cumplen su objetivo de reducir la velocidad y las personas casi no lo notan.
Cuando los ayuntamientos deciden implementar estos reductores de velocidad, sería bueno que realizaran un estudio de los efectos positivos que tienen, y también de los negativos que afectan a las personas y también a los vehículos. Además, deberían dar una explicación a sus vecinos. Eso de dar cuenta a la ciudadanía —como tienen la obligación de hacer— no se suele dar; no lo consideran necesario porque creen que, al haber sido elegidos en las urnas, se les da carta blanca para hacer lo que quieran.
Por eso es bueno que la gente proteste y exija responsabilidades a sus alcaldes y alcaldesas. Ya está bien de que la gente se resigne y solo proteste en los bares tomándose un café.
Viladecans es una ciudad (no la única) donde sus calles están inundadas de esos “reductores de velocidad”, o lo que es lo mismo, de machacadores de la columna . Es una ciudad con un barrio “residencial”, pulmón del municipio, donde se encuentra el mayor número de residenciaspara gente mayor. En la actualidad cuenta con tres y hay prevista otracuarta
Curiosamente, ese barrio es el menos accesible de la ciudad. Las aceras están llenas de postes —¡sí, postes!—, por lo que no pueden circular por ellas sillas de ruedas, carritos de niño, carros de la compra. Han de hacerlo por el asfalto, teniendo cuidado de que no pase un coche y se los lleve por delante. Qué gran contradicción: la zona con mayor número de residencias para mayores es la menos accesible. Además, delante de las residencias no hay una sola plaza de aparcamiento para discapacitados.
Viladecans no es el único municipio que está sufriendo la fiebre de los reductores de velocidad. Es uno de los muchos que ya lo tienen en Catalunya y en el resto de España.
Más sentido común y pensar en las personas. Decía el Dalai Lama que “Casi todas las cosas buenas nacen de una actitud de aprecio por los demás”.
Escribe tu comentario