jueves, 28 de marzo de 2024 10:10
Opinión

BERENSON Y UN AIRE CARGADO DE PERFUME

Miquel Escudero
Miquel Escudero

Bernard Berenson


Hace ya 60 años de la muerte de Bernard Berenson, quien fuera asesor cotizadísimo del marchante Lord Duveen y que sabía mucho de arte. Estudió en Harvard y posteriormente se hizo norteamericano. Ya septuagenario publicó un libro de confidencias (muy relativas), titulado ‘Apuntes para un autorretrato’ (Elba) y que presenta aspectos reseñables.


Él, reacio a la palabrería, confesaba que había nacido para hablar y no para escribir. Sin embargo, declaró: “Me siento a escribir con la sensación de que tengo mucho que decir, todo aquello que ha ido destellando en mi mente pasiva y adormecida durante la mañana”. Berenson partía de que nadie sabe de manera precisa todo lo que quiere expresar. Y declaraba que más que pensar en el lector, él tendía al soliloquio.


¿Qué opinión tenía Berenson de sus semejantes? Por un lado, ya de viejo decía vivir, más que en su propia piel, en las personas, los libros (con una avidez desmedida por la lectura), las obras de artes y el paisaje (así, sin mayor distinción). Por otro lado, en plena Segunda Guerra Mundial afirmaba que seguíamos estando “tan cerca de matar para comer que son pocas las personas en el continente europeo que desaprueban sinceramente el ataque de un país a otro, el asesinato de un número adecuado de sus habitantes, la apropiación de sus bienes y la esclavización del resto”. Y ya al acabar la brutal contienda, observaba que éramos más conscientes que nunca de los peligros que acechan y que estábamos más ansiosos que nunca por evitarlos. Hacía falta, pues, desplegar nuestros dones con energía y firmeza, con inteligencia y sentido humanitario, siempre sin miedo.


Yo destacaría una observación que hacía de pasada, al preguntarse cómo se propagó ‘la locura del caso Dreyfus’, que estalló en Francia cuando Berenson tenía 29 años de edad (y acababa de escribir el libro ‘Los pintores venecianos del Renacimiento’). El deploraba que a ningún francés se le consintiera usar la razón para considerar los hechos en sí mismos, sino que se exigían pronunciamientos prontos y tajantes.


Berenson evocaba que en su niñez experimentó la sensación de éxtasis cuando se sentía feliz al aire libre, un aire cargado de perfume. Él disfrutaba más de las obras de arte (en cualquiera de sus formas) si lograba sentirse a la vez integrante del conjunto y aparte de él. De este modo, haciéndose pintor, podía hallar más belleza en el mundo natural de la que otro podía descubrirle en sus composiciones.

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