El 11 de septiembre de 1978, el ingeniero químico búlgaro Georgi Márkov (49 años) fue asesinado en Londres con la intervención del KGB, un crimen de película. Era escritor, periodista y molestaba por promover la democracia en su país.
Doce años antes escribió ‘Retrato de mi doble’ (Siruela), donde el relator (un periodista) considera que el juego es más perfecto que la vida y que nunca hay que jugar “con más de un jugador desconocido ante espectadores”. Desgranaba ahí sus experiencias en la mesa del póquer y decía: hay jugadores repugnantes, pegajosos, “lo más asqueroso son sus dedos” (más diestros que ágiles). Atendía a los intercambios de miradas, que otros jugadores interceptan.
El narrador pone sobre la mesa sus obsesiones o sus vicios, cuenta que durante al menos dos horas no podrá ver más que cartas y se sumirá en un letargo, sin interés por nada que se aparte de un intenso sentimiento fatalista. Sorprende este apunte: “lo más terrible en el póquer es la ambición. Si te vuelves ambicioso, estás acabado”. Y de un adversario dirá que “sus partidas constituían análisis psicológicos magistrales. En los primeros minutos, ya había desentrañado el carácter de cada jugador desconocido, y veinte minutos más tarde ya era capaz de escribir sus biografías. A partir de ahí adaptaba a ellos todo su juego”.
Rememora el tiempo en que luchaba por la verdad y contra los que mandaban. Ahora, exclama, se rinde ‘con demasiada facilidad’ y se comporta como un llorica que se refugia en el melodrama y en un idealismo absurdo. Aplicándose en un mimetismo descarado, acierta en pillar la onda dominante y se convierte en un doble, un calco que repite en falso lo que queda bien. De modo que apuesta por adular al jefe y acosar a un compañero: “le convertí en nuestro Enemigo Número Uno”, y le odiaba con fanatismo, sin motivo, canalizando un rencor siempre dirigido a los más capacitados que él.
La vida vista como una cadena interminable de maquinaciones de todos contra todos. A partir de esta idea, desenreda sus trucos y maldades; en especial, el interés de acabar tomando la mentira por verdad. En este torbellino corrosivo, “la única medida válida del amor que aún nos queda es el miedo que sentimos por lo que pueda sucederle al ser amado”. El caso es que se trata del único modo de recuperarse de la enajenación fatal.
Escribe tu comentario