La declaración autoinculpatoria de Jordi Pujol ha dejado a Catalunya entera en un cierto estado de shock. No tanto por el hecho en sí, que también, sino porque él mismo reconoce que se ha tratado de un engaño continuado desde 1980, el mismo en que fue elegido por primera vez presidente de la Generalitat de Catalunya.
La declaración autoinculpatoria de Jordi Pujol ha dejado a Catalunya entera en un cierto estado de shock. No tanto por el hecho en sí, que también, sino porque él mismo reconoce que se ha tratado de un engaño continuado desde 1980, el mismo en que fue elegido por primera vez presidente de la Generalitat de Catalunya.
Inevitablemente se ha abierto el juego político para intentar unos que la erosión sea la menor posible y otro para conseguir justo lo contrario. Legítimo. Y todo esto, cuando el 'proceso' encauza su momento más crítico. No deja de ser curioso comprobar como uno de los políticos, si no el más importante en Catalunya desde la recuperación de la democracia, no sabe, no quiere, no puede o le da francamente igual distorsionar la situación con su declaración de culpabilidad.
Descubrimos con cierta estupefacción que el patriota, dicho sin un ápice de sarcasmo, en estos decisivos instantes elige defenderse y defender a los suyos, al margen de los intereses del país. Quizá lo hizo siempre. Siempre, a lo largo de sus 23 años al frente del Govern de la Generalitat de Catalunya. Lo ha reconocido.
Jordi Pujol, de un plumazo, acaba de darle un gravísimo golpe a la credibilidad de la política, ofreciendo la cara falsa y corrupta de toda una trayectoria en que se había ganado la confianza de los propios y también en buena medida el respeto de sus adversarios. No sé si llegaremos a conocer toda la verdad sobre sus motivos, el verdadero alcance del delito y sus necesarias ramificaciones. Por ahora me conformo con esperar, con tristeza y decepción, pero también con mucha indignación, que la justicia haga su trabajo y Jordi Pujol afronte las consecuencias penales de sus actos. Es lo mínimo exigible por parte de una sociedad demasiado acostumbrada a la impunidad de los poderosos y que ahora se rebela para que las instituciones democráticas y nuestros representantes políticos estén a la altura ética que corresponde.
Matías Carnero
Secretario General Adjunto de la UGT de Catalunya
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