Espeluznado leo la noticia de la muerte de una criatura de ocho años causada por un salvaje de cuarenta con quien fue obligada a casarse por las tradiciones familiares del Yemen.
Trato en vano de borrar de mi mente las imágenes del sufrimiento de la niña en su mortal noche de bodas y esperaba encontrar en todos los medios la repercusión de esta salvajada; la protesta de tantas organizaciones que se afanan en dar la bulla por las cosas más nimias y, desde luego, la protesta oficial de los organismos correspondientes, pero, nada de nada.
Y se me va la olla recordando cuantas ilustres plumas, cuando aparece una referencia a bárbaras costumbres como la descrita, clasifican, respetuosamente, como "cultura" la pervivencia de hábitos salvajes y criminales.
Si los matrimonios entre niños y adultos, forzados por sus propios padres, son cultura, malditos sean la pervivencia de tanta "cultura" y todos aquellos que, sepulcros blanqueados, bautizan como tal ideologías, religiones y filosofías pretéritas, y promueven la tolerancia y el diálogo con los practicantes de tan execrables costumbres.
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