martes, 19 de marzo de 2024 11:41
Opinión

La mala ley

Andres Madrid
Andres Madrid

En 1923, Manuel Linares Rivas escribió un drama en tres actos cuyo título utilizo hoy. En la obra se relatan las tensiones entre un padre y sus hijos quienes, utilizando una ley existente, reclaman al padre, en vida, la partición y disposición de la herencia paterna.

En 1923, Manuel Linares Rivas escribió un drama en tres actos cuyo título utilizo hoy. En la obra se relatan las tensiones entre un padre y sus hijos quienes, utilizando una ley existente, reclaman al padre, en vida, la partición y disposición de la herencia paterna.

Hoy, en España, sigue existiendo una mala ley que niega el derecho de cada cual a decidir sobre el destino de sus bienes obligando mediante eso que llaman "la legítima" a que una buena parte de su herencia pase a hijos, nietos, sobrinos y demás parentela.

Frecuentemente leemos en los periódicos que, en países lejanos, aparece algún excéntrico que deja su fortuna a gatos, perros o peces. Confieso que, sin llegar a esas excentricidades, me dan envidia aquellos que disponen libremente de su patrimonio a la hora decidir quién sea el beneficiario en el momento final. Es esta decisión, seguramente, el último acto de libertad del bicho humano sin que el Leviatán del Estado decida por él.

A la hora de dejar este mundo, debería poder decidirse el destino de nuestros bienes sin estar mediatizado por ley alguna; si los hijos merecieron el legado, ya sabrá el testador compensarles por sus afectos y cuidados; si es la esposa, la amante, un sirviente o un amigo quien se ocupó del finado en sus últimos días sean ellos quien reciban los bienes sin cortapisa alguna.

Por la mala ley, he sido testigo de cómo recibían herencia parientes que ni conocían a su lejano familiar; hijos que habían maltratado o ignorado los males del testador o nietos que, como dice el final de "Lo que el viento se llevó" importaba un pito la existencia de quien recibían sus bienes.

La mala ley debe ser derogada de una puñetera vez permitiendo que cada cual haga de su herencia lo que le plazca sin que nadie limite su libertad.

Dicho todo esto, debo añadir que me importa un rábano quien reciba mi magro legado compuesto de algunos libros y nada de valor, lo que añado para que nadie piense que respiro por ninguna herida.

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